lunes, 12 de noviembre de 2012

Vacaciones Ideales

Hola a todos!!

Nunca creí que diría esto, pero he tenido el peor verano de mi vida. Tanto, que he necesitado un par de meses para superarlo y volver a retomar mi vida. Aunque no me he privado de nada, obviamente, se ha cumplido la famosa teoría que versa que "Si algo puede salir mal, saldrá mal". Esperaba ansiosa la época estival ya que es el privilegiado momento en que yo podía irme de vacaciones sin tener que inventar elaboradas excusas para que mis padres me pagaran los billetes de avión. 

Comencé con un viaje de pre-vacaciones. Es algo que hago para ir entrando en materia, un calentamiento.Y a ello suelo dedicar prácticamente los nueve meses restantes. Me gusta hacer las cosas bien. 

En principio, el destino debía ser algo poco ambicioso, que no exigiera de grandes derroches ya que el despliegue absoluto vendría con El Viaje de Verano, el principal. Así que después de estudiarlo mucho, elegimos como destino de pre-vacaciones Mykonos. Que lo mires por donde lo mires, encaja perfectamente con la descripción de destino económico. Y no me lo discutas porque ya me costó sudor y lágrimas que mi padre se lo creyera y no me quedan energías para más enfrentamientos. Desde que ese hombre aprendió a utilizar Internet, mi vida ya no es lo mismo. Bendita ignorancia. El caso es que estoy convencida de que alguien, en algún lugar del mundo, me odia mucho. Y razones no le faltan, desde luego. Aun así, no me queda otra opción que compadecerme de esta pobre alma descarriada que me desea el mal sin saber que bicho malo nunca muere.

Me encantaría decirte que Mykonos es una isla maravillosa, preciosa y llena de diversión y gente joven y alegre. Incluso podría postear algunas fotografías. Pero no va a ser posible ya que, al menos ésta que te escribe, no pisó jamás ese lugar. Es más, ni siquiera salí del aeropuerto. Me vi involucrada en un desafortunado incidente con la Guardia Civil, porque en un absurdo despiste que podía haberle ocurrido a cualquiera, llevaba mi DNI caducado. Desde hacía cuatro años. Era el carné falso que utilizaba cuando tenía quince años para entrar en las discotecas. 

No tengo ni idea de cómo ocurrió, porque hacía años que no lo veía. Un día lo perdí y pasé tanto tiempo buscándolo que cumplí los dieciocho antes de que apareciera. Y de repente, cuando ni siquiera recordaba su existencia, reaparece en el peor momento. Me costó mucho convencer a los señores de verde de lo que había ocurrido, remontándoles a su propio pasado, a sus quince años y a ese sentimiento de inadaptación. A la necesidad de infringir la ley por pura desesperación, solo para obtener un poco de aprecio y cariño de los demás. Para sentirse alguien, en medio de tanta crueldad juvenil. Puse todo el sentimiento en mis argumentos, con el fin de ablandarles el corazón. Y aunque apenas hablaron y sus rostros no mostraron ni un ápice comprensión ante el desgarrador relato de mi traumática adolescencia, al final decidieron creerme. Por agotamiento, supongo. Solo que para cuando habían acabado conmigo, el avión llevaba unos cuarenta y cinco minutos de vuelo. Sin mí y sin mis amigos. Aún no me han perdonado.

Pero como no desistí en mi empeño por disfrutar de unas pre-vacaciones que tan merecidas tenía, llamé al mejor hotel que conocía y reservé un todo incluído para toda la semana. Aunque bueno, el mejor hotel que conocía no tenía disponibilidad y tampoco habría podido pagarlo. Así que tras una sucesión de llamadas infructuosas a otros hoteles para discutir precios, acabé en un complejo familiar (muy cutre, aunque eso no me lo dijeron cuando llamé, claro) rodeada de niños gritones y padres borrachos.

Y cuando volví a la civilización una semana después, ya estaba lista para empezar a organizar El Viaje de Verano. Ésta vez, para no asumir más riesgos innecesarios, elegimos un destino cercano para evitar grandes desplazamientos y sus correspondientes incidentes. La intención inicial era recorrer en tren durante una semana el sur de Francia, pero al final, nada más lejos de la realidad. Nada más llegar a Perpiñán, me faltó tiempo para fracturarme la espalda. Mientras hacía que arrastraba mis maletas de malas maneras para que alguien se apiadara de mí y lo hiciera en mi lugar, parece ser que realicé un tirón especialmente entusiasta y mi espalda se bloqueó. ¡Qué dolor! 

Mis amigos se encargaron de todo y consiguieron llevarme a un médico que finalmente me diagnosticó lumbago. Siete años de carrera para llegar a esa conclusión. Me recomendó unas cuantas sesiones de fisioterapia si quería recuperarme cuanto antes. Y gracias a mi tarjeta europea sanitaria, ahora voy al masajista por la patilla. ¡Quién me lo iba a decir!

Y al día siguiente empecé con la fisioterapia. Estaba emocionadísima y entusiasmada. No veía la hora de estar tumbada sobre una camilla, con el sonido de cascadas y el rumor del viento, dejándome llevar por unas manos mágicas que me arreglaran la espalda y de paso la vida, llevándose a su paso todos mis quebraderos de cabeza. Y en fin, ¿qué quieres que te diga? Estoy bastante decepcionada... 

No tuvo nada, pero nada que ver, con lo que yo me había imaginado. Contra todo pronóstico, no paraba de rezar para que acabara pronto porque estaba sufriendo mucho. Me dolió terriblemente y el tipo ese actuó con premeditación y alevosía porque dónde mas me dolía, ahí se pegaba un buen rato apretando. Por no mencionar las suaves melodías de fondo y la delicada, aterciopelada e infinitimanente relajante voz de Snoop Dogg dándolo todo. ¡Un horror! 

Al principio, el masajista me puso unas toallas en la espalda y desapareció. Pero las toallas pesaban mucho y quemaban. Por Dios, ¡con el calor que hace! ¿En qué estaba pensando ese señor? Excepcionalmente, el día ha tenido unas agradables temperaturas de treinta y cinco grados a la sombra. Y resulta que el masajista era el único francés que no se había enterado. Pero conseguí relajarme porque el calorcillo, aunque me estaba haciendo sudar a chorros, me estaba haciendo efecto en la cintura y me molaba. Pero (ufff) quemaba mucho y cada vez más. Toda clase de imágenes de toallas que se prenden fuego y espaldas abrasadas pasaron por mi mente en esos interminables minutos, por lo que la relajación se esfumó tan pronto como había venido. Y cuando ya estaba a punto de darme la vuelta y lanzar la toalla (que pesaba mucho porque tenía esa cosa caliente dentro) por los aires, apareció el tipo y me la quitó.

Y empezó la tortura. Y no contento el personaje con estar destrozándome la espalda, ¡encima se pone a darme conversación! ¿Te lo puedes creer? Yo quería relajarme, no darle detalles a ese tipo sobre el tiempo que llevo aquí ¡o si estudio o trabajo! ¡Habráse oído mayor desfachatez! Después me dijo que debía fortalecer los abdominales y los músculos de la espalda porque la tenía hecha una piltrafilla llena de nudos y me enseñó unos cuantos ejercicios. ¡Lo que faltaba! Tiene que venir este individuo a decirme que además de amorfa, estoy gorda y fofa. El infierno, aunque a mi se me hizo eterno, solo duro una media hora. Y gracias al cielo, porque estuve a punto de romper a llorar en contadas ocasiones.

Y por extraño que pueda parecer, me encontraba un pelín mejor. Yo no daba crédito, porque después del masaje destructor, cualquiera podría pensar que mi espalda había quedado inutilizable. 

Pero ahí no queda la cosa, porque justo cuando salíamos del hotel estalló una tormenta a pesar de que estábamos a más de treinta grados y hacía un calor infernal. Pero no sólo eso, y atención porque lo vas a flipar: ¡¡¡GRANIZÓ!!!! Como lo oyes, y no un granizo normal y corriente (aunque ya me dirás que tiene de normal que granice en verano y con esas temperaturas) sino que eran pedruscos que abollaban los coches y hacían daño. ¡Y nosotros en moto! Una tragedia. 

Ah, si. Nos pareció muy divertida la idea de alquilar un par de motos en lugar de un coche para todos. Idea divertida porque, básicamente, fue mía. El caso, un montón de viento y nosotros en esa cáscara de nuez. A mitad de camino cayó La Granizada, que fue tan fuerte que tuvimos que parar a refugiarnos porque si no, moríamos agujereados. Yo estaba alucinando, nunca había visto nada igual, porque estaba viendo granizar y a la vez me moría de calor aunque estaba empapada de arriba a abajo porque llovía y granizaba a la vez (no olvides el detalle de la moto). Y aunque me puse un chubasquero, tenía los pantalones completamente mojados. Llegué tarde como te puedes imaginar, pero obviamente, no me lo tuvieron en cuenta.

La tormenta había decidido quedarse exactamente los mismos días que nosotros en Francia. ¡Qué casualidad! Íbamos de una ciudad a otra y una vez allí, nos atrincherábamos en el hotel y mirábamos por la ventana como la tormenta lo transformaba todo. Los breves espacios de tiempo que estábamos al descubierto, los pasábamos completamente aterrorizados por si nos caía un rayo encima. 

El cielo estuvo todos los días lleno de nubes extrañísimas y los rayos caían uno detrás de otro y por todos lados. Conseguíamos llegar siempre sanos y salvos y aunque te cueste creerlo, cuando paraba de llover o relampaguear, nos moríamos de calor aunque el cielo seguía enfadado. Por las noches se iluminaba todo y se oían unos truenos que daban auténtico miedo. ¡Pero era tan bonito!

Y éste ha sido mi verano, o al menos, lo más importante. Fuerte, ¿eh? Espero que ahora que he vuelto a normalidad, pueda empezar a planear mi próximo viajecito. Y que si no es mucho pedir, la casualidad, el destino, la suerte y la predicción meteorológica se pongan de mi lado. La vida a veces está llena de escollos, parece que he venido a este mundo a sufrir. ¡Qué injusticia!


La recomendación del día:  Las medicinas son engañosas. No te fíes. Nunca. Los médicos dicen que te curan pero es sólo un despiste para que te vayas de su consulta y ellos puedan dedicarse a cosas más importantes, como jugar al solitario en el ordenador. En el mejor de los casos son contraproducentes y en el mejor, completamente  inútiles. Si tienes una gripe, déjala estar. No te vas a curar, no insistas, tiene que pasar. ¡Que te cures bien!