domingo, 17 de abril de 2011

Desamores Inolvidables

Hola a todos!


Hoy quiero confesar cual Pantoja (pero sin bigote) que yo nunca he tenido suerte con los chicos. No creas que me refiero a lo que siempre se dice cuando una relación se acaba, yo no exagero; es que nunca he sido afortunada en el amor. Pero jamás. Y tu dirás que al menos, como consuelo, he de ser buena en el juego. Y créeme que si ese dicho fuera cierto, a día de hoy sería millonaria gracias a todo tipo de azares. Pero me consta que no, porque cuando fui a visitar a una amiga que estaba viviendo en Arizona y pasamos un fin de semana en Las Vegas, aquello acabó siendo la mayor quiebra conocida por el hombre. A buen seguro que el crack del 29 fue una anécdota divertida comparada con el despilfarro de dinero que se llevó a cabo allí. De modo que puedo asegurar y aseguro, que soy tan desgraciada en el amor como en el juego. Van casi a la par, como hermanos siameses.


Y si al menos supiera cual es el problema, el fallo que hace que todas mis relaciones acaben en fracasos absolutos, tendría algo por lo que guiarme. Pero es que no tengo ni idea, se me escapa de las manos totalmente. Claro que casi estoy convencida que con toda probabilidad no es culpa mía. Bueno, culpa mía si es por fijarme en imbéciles redomados. Pero dejando a un lado ese detalle, mis relaciones acaban siempre por culpa del otro. Y cuando digo otro me refiero, obviamente, al imbécil redomado. A cual peor. A toro pasado no logro explicarme qué les vi en un principio para considerarlos candidatos a lograr el pomposo título de "Hombre de mi vida". Porque seamos francas, todo hombre sobre la faz de la tierra tiende, tarde o temprano, a ser considerado digno de selección. No me digas que no: el que se sienta enfrente en la sala de espera del médico, el del coche de al lado en el semáforo o ese con el que te lanzas miraditas furtivas en la discoteca. Todo bicho viviente, dicho bicho en el término más amplio de la palabra, en un determinado momento te hará fantasear con la posibilidad de pasar el resto de tu vida con él. Perspectiva que no siempre se refleja en la realidad.


En mi vida ha habido de todo, pero sea como sea, todo siempre acaba como el rosario de la aurora. Drama, lágrimas y objetos varios volando por los aires. Los ha habido acaparadores, convertidos en un anexo de mi persona, pegados como velcro a mi piel. De esos que no paran de decirte lo guapa, divertida y maravillosa que eres cada cinco minutos, que miran al cielo con los brazos abiertos y exclaman "Dios, ¿qué he hecho para merecer a una mujer tan fantástica como ella?". Vomitivo en cualquier caso. Luego han estado los celosos con tendencia a la psicopatía que han hecho mi vida imposible durante un breve periodo de tiempo. Tan posesivos que practicamente controlaban hasta mis expresiones corporales. No exagero, hubo uno que incluso me pedía (por no decir que me obligaba) a hablar sin utilizar las manos. ¿Has oído mayor estúpidez? Todo el mundo sabe que eso es imposible. O aquel que me suplicaba que usara siempre mis gafas de leer, aunque no estuviera leyendo, solo comiendo o paseando por un centro comercial. Nunca me quedo clara la finalidad de su petición, pero sospechaba que era para que no se me viera bien la cara.


Durante un tiempo sentí debilidad por chiflados enfermizos con manías persecutorias y tics nerviosos. Hubo un chalado en especial que durante dos meses estuvo absolutamente convencido de que le seguía un detective privado contratado por su padre para saber si fumaba (tabaco). Aunque él tenía casi treinta años. El caso es que andaba siempre mirando a todo el mundo con hostilidad y no permanecía más de diez minutos en el mismo lugar, para despistar. Cuando conducía, creía que el coche que iba detrás era el del detective misterioso y cuando el pobre conductor inocente e ignorante de tales acusaciones se desviaba en un cruce, por extraño que parezca, su seguridad aumentaba y decía "Te crees muy listo, ¿verdad? Sé perfectamente cual es tu juego". Y cuando a los pocos minutos otro coche nos alcanzaba y ocupaba el lugar del anterior tras nosotros, gritaba: "¡Ajá! ¡Lo sabía! Has cambiado de coche, pero a mi no puedes engañarme!".



Y también estaban los pasotas, descuidados, olvidadizos. Que pasaban de mí, para que me entiendas. Llegaban tarde a las citas, olvidaban los aniversarios, nunca me invitaban a cenar, no me presentaban a sus amigos y cosas por el estilo. Pero, inexplicablemente, eran los que más me enganchaban. Quizá sea tan sencillo como que el hecho de que olvidaran mi existencia hacía que me obsesionaran más. Y te garantizo que no era fácil enamorarse de un chico al que cuando le decía: "¿No me notas nada diferente?", cuando me habia hecho un corte de pelo moderno y original, él me mirara con detenimiento durante unos largos minutos y al final, respondiera cosas como: "¡Eh, si! ¡Ya no llevas el piercing en la nariz! Estás mejor así". Aunque yo jamás he llevado un piercing en la nariz. Pero me sentía febrilmente atraída por ellos, por ese aire despreocupado y ausente e independiente. Escurridizos, así los definiría. Me costaba horrores convencerlos de que nos viéramos y aunque solían acceder, normalmente olvidaban el día o la hora o el lugar. Era un infierno y una tortura, pero nunca había sido tan feliz como cuando estuve con chicos así. Ahora me prendería fuego si tuviera que volver a pasar por ello, claro está.


Supongo que en algún lugar de este enorme planeta, existe un hombre medianamente normal para mí. Aunque después de haber recorrido ya medio mundo y dados los infructuosos resultados no estoy muy convencida de ello. Quién sabe, igual tendré que salir de este planeta y explorar más allá de los confines de esta civilización. Porque un hombre bueno, atento, cariñoso, amable, educado, divertido y guapo (todo en su justa medida), de seguro que es extraterrestre. Ya puestos, ni siquiera pido que sea guapo, me conformo con que sea normalito, sencillo. Puedo pasar con un chico con siete dedos en cada mano o tres agujeros en la nariz. De verdad, es preferible que sea amorfo a que sea un pirado, te lo digo yo.


Kendra.


Mi recomendación del día: No olvides que nunca que en cualquier discusión, tú tienes razón aunque no la tengas y el que intente convencerte de lo contrario (no siempre con la suficiente educación) no hace más que negar la realidad. Así que lo mejor que puedes hacer es compadecerte y mirarle con lástima. Ya recapacitará, no te inquietes. Y para quitar las penas, pásate por el blog  El Descampado Africano. Una buena perspectiva de la vida con un entrañable acento canario. Te divertirás. ¡Que discutas bien!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

jajajaj q risa, en serio!!! te entiendo pq yo conozco a unos cuantos asi.. como tu dices, vomitivos!!
un besiiin

Narciso dijo...

Dios mio!..acabo de darme cuenta de que soy extraterrestre!!