domingo, 10 de abril de 2011

Un Momento Para Olvidar

Hola a todos!


Sé que llevo mucho tiempo sin contarte nada. Lo siento. Pero no me lo tengas en cuenta ni me guardes rencor, tengo una razón de peso. Estaba en coma. No me malinterpretes, no he estado ingresada en un hospital y no, tampoco se trataba de un coma etílico, que sé que era lo que estabas pensando. ¿Por quién me tomas? Soy toda una profesional y el alcohol ya no me da ni resaca. No se trata de nada de eso, es que quedé con un chico. ¿No te parece suficiente?

Como todo el mundo sabe, la primera vez que quedas con un chico, por lo general, todo tiende a salir mal. Los nervios, la timidez, ese spaguetti que sale disparado cual reptil y se te restriega por la cara dejándote unos estéticos y bonitos trazos de salsa de tomate por frente, cachetes y pelo. Ya sabes, lo típico. Pues yo ya contaba con todo esto y el valor añadido de mi mala suerte y la certeza de que en otra vida fue alguien muy cruel y despiadado. Y no te creas que el chico en cuestión era gran cosa. Quizá lo digo en retrospectiva, pero supongo que es la única manera de salir adelante. Si te dijera la verdad, que era guapísimo y altísimo y fuerte y maravilloso, la realidad sería aún peor. Así que prefiero creer que en realidad ni siquiera tenía abdominales y que tenía verrugas en la espalda y cosas así. Si pienso que era espantoso y me lo creo de verdad, la situación deja de ser, aunque sea por unos segundos, menos bochornosa.

Todo empezó cuando llegué al lugar donde habíamos quedado, que aunque llegué cuarenta minutos tarde eso no fue lo peor. Una de las tiras de mis sandalias se había roto y yo tenía que andar casi arrastrando el pie, por lo que mi tarjeta de presentación estaba muy lejos de ser elegante y sofisticada como yo esperara que fuera. Y yo no tuve nada mejor que hacer que contarle la verdad con lo que pretendía ser desparpajo y frescura pero que rozó peligrosamente los límites de lo patético. Por suerte, él tuvo el detalle de no darle importancia. Y fuimos a pasear. A mí eso de pasear no se me da muy bien, más que nada, porque nunca he comprendido ese concepto. Nunca sé si debo caminar despacio, lentamente, como si no fuera a ninguna parte o, si por el contrario, debo darle un poco de brío a mis pasos y parecer alegre y vivaracha. Y ahí me tienes, dando un paso adelante y otro atrás tratando de pillar el tranquillo al asunto. Definitivamente, no fue una buena idea y hasta él se dio cuenta porque como si fuera la mejor idea del mundo, decidió que podíamos ir al cine. Y a mi el cine me aburre muchísimo. Allí no se puede hablar ni mucho menos mantener una conversación civilizada donde dar a entender que no eres una completa lunática, sino que eres un ser maravilloso y delicado con un gran sentido común y madurez y responsable y, bueno, todas esas chorradas con las que se pretende impresionar en las primeras citas. Propósito, permíteme que te diga, que se mantiene firme apenas unas semanas. Tiempo tras el cual, el periodo obligatorio se caduca y ya una puede volver a ser como siempre.

El caso es que tuve que decirle que sí porque si no habría dado a entender que soy caprichosa y malcriada. Que es exactamente lo que soy, pero él no podía saberlo aún. Así que fuimos al cine y te aseguro que no podría decirte nada sobre la película que vimos, ni siquiera el título. Solo sé que él comentó algo sobre una muy buena que acababan de estrenar y divagó brevemente sobre actores y presupuestos y cosas que no me importan lo más mínimo. No escuché las palabras comedia, romántica o Brad Pitt, por lo que la película no merecía siquiera que pagara la cantidad astronómica que, naturalmente, él pagó por las entradas.

Y donde todo se fue básicamente al garete, fue en esa sala infernal, gélida y oscura. La película, un tostón y mi acompañante, un conversador bastante difícil. No había manera de sacarle una sola sílaba, por lo que todo el peso de la conversación recayó sobre mí. Y no creas que me importó. Qué va, en abosoluto. Se me da muy bien esa tarea. Y lo hice lo mejor que pude, debo reconocer. Quizá no es políticamente correcto o aceptable hablar en el cine, pero ¿qué otra cosa podía hacer? No me había comprado ni una triste barrita de Lion porque tuve la osadía de mentir diciendo que no me gustaba para nada el chocolate. Así que no tenía con qué distraerme.

Cuando habían pasado al menos cuatro horas de abominable película y yo estaba enfrascada en una interesante conversación (unilateral, sobra decir) acerca de las ventajas e inconvenientes de los zapatos de tacón en la vida cotidiana, resulta que un agradable señor de la fila de atrás se me acercó y me dió unos toquecitos en el hombro. Cuando me giré y le ví, lo primero que pensé fue que la película debía ser realmente atroz para que la tercera edad estuviera interesada en verla. Por entonces, mi acompañante parco en palabras, ya me había empezado a caer un pelín mal. "Es usted una muchacha demasiado bullanguera y veleidosa", me susrró entonces el señor. Absolutamente enternecida, le miré toda dulzura, y le sonreí casi beatificamente. "Muchas gracias, señor, es usted muy amable", le respondí. Es exactamente lo que me escribe mi madre en las tarjetas que me regala por mis cumpleaños. A veces varía un poco y escribe "jaranera y veleta", pero siempre en la misma línea: cariñosa y sobradamente orgullosa de mí. Pero me parece que el señor no me entendió bien, porque al punto se levantó indignado y algo escandalizado y bajó aquellas escaleras diminutas y tremendamente incómodas como alma que lleva el diablo. Estupefacta, traté de recuperar el hilo de la conversación y continué hablándole a aquel perfil perfecto y divino.

Y no te vas a creer que diez minutos después volvió a aparecer el agradable viejecito. Me alegré mucho de verle, porque quería explicarle lo que le había dicho para que lo entendiera bien. Pero entonces me señaló y me atrevería a decir que estaba furioso. Se acercó a mí un hombre con pajarita, que solo por eso, no me debía haber tomado la molestia ni de mirarle. Me dijo que había recibido quejas sobre mi actitud y que estaba molestando a los demás clientes de la sala. "¿Quién, yo?", pregunté atónita. "¿Está usted seguro?" Y entonces dije lo que dice cualquier persona a la que mandan a callar en el cine, por norma general: "Pero si yo no he hablado" y además, tal y como indica el protocolo, me mostré de lo más inocente y asombrada dando a entender que era la idea más ridícula y descabellada que ha tenido alguien jamás. Y lo que ocurrió a continuación es demasiado embarazoso y desagradable como para contártelo. Solo te diré que mi cita acabó poniéndose del lado de todas aquellas treinta y cinco personas que me atacaban y me injuriaban. No me volvió a llamar, pero me queda el consuelo de saber que ni él ni ninguno de los demás se enteró jamás del final de la película, si es que tenía un final aquella basura.Yo particularmente, me presto a una buena discusión que incluya grandes aspavientos y amenzas veladas con todas las personas que vienen a interrumpir una buena e interesante conversación, cuando soy yo la que debería estar molesta porque ese cacharro tiene el volumen a una potencia de dieciocho mil millones de voltios y me veo obligada a elevar varias octavas el tono de mi voz para hacerme escuchar por encima de tanto jaleo.



Kendra.


Mi recomendación del día: Más vale que te fijes muy, pero que muy bien, en el tiempo que hace antes de salir de casa. Porque puede que decidas salir sin una triste rebeca y apenas diez minutos después empiece a llover a cántaros como no has visto llover en tu vida. O que te de por coger tu chaqueta de cuero con capucha de pelo el día que la ola de calor ha decidido llegar a la ciudad y pasarás tanto o más calor llevándola a rastras todo el día que si la tuvieras puesta. ¡Que te asegures bien!

1 comentario:

MW Company dijo...

jajajjaja muy bueno, pero lo cierto es que la cita no parece tan larga para justificar todo el tiempo de desaparicion ehhh XD. Un abrazo y sigue así :D