miércoles, 9 de marzo de 2011

Personas

Hola a todos!

Espero que no hayas tenido la suerte de conocer a las personas con las que yo me he tropezado a lo largo de mi vida. Esas que una vez que te conocen te quieren a rabiar y todo son llamadas y publicaciones en tu muro enviándote besos, dándole al "me gusta" en todo lo que escribes, así sea una nota de suicidio; que te envían abrazos y cervezas y responden a mil preguntas sobre tí a través de cuatro mil aplicaciones diferentes. Esas mismas que pasados dos meses se han desinflado como un globo abandonado y la fuerza de ese cariño extremo se reduce a un par de invitaciones por semana para que seas su vecino en la granja de tu vida o como quiera que se llame ese juego.

O esas personas tan especiales que hablan y hablan sin parar, sin detenerse a pensar si las palabras que salen de su boca siguen un hilo conductor lógico o, simplemente, si tienen algún significado en sí mísmas. Esas que adoras porque llenan los espacios vacíos en los que tú aprovechas para repasar mentalmente tu lista de cosas pendientes mientras te acompaña el rumor de fondo de sus divagaciones.

O esas chicas que a primera vista parece que hablen contigo pero que realmente se están mirando en un espejo y gesticulan y mueven las cejas con frecuencia con la única finalidad de averiguar lo que ven los demás cuando ellas hablan. O esas tan graciosas que cuando se maquillan se ponen morritos a sí mísmas después de cada capa de rímel.

O esos chicos que siempre se presentan junto con un extracto de su cuenta bancaria y que no dejan de decir que no tienen dinero; que se detienen distraídamente delante de un restaurante de lujo y, por arte de magia, les ha entrado hambre voraz y no quedará más remedio que comer ahí mismo para que él pueda impresionarte pagando la cuenta (un equivalente de la deuda nacional de Argentina) restándole poca importancia y dejando casi la mitad de la cuenta de propina asegurándose de que tú la veas sobre el platito antes de que la retire un camarero de ojos desorbitados y un hilo de baba rumbo al sur en la comisura de los labios. Esos chicos tan adorables que te aconsejarán con una sonrisa encantadoramente abominable y prohibitiva que no te enamores de ellos, diciendo sin decir que son mucho para tí. Y a los que yo les diré desafiante: "Tienes demasiado dinero para mi gusto" y conseguiré que suene como si fuera un defecto detestable y, además, culpa suya.

O esas personas a las que, con todo el dolor de tu alma, nunca les respondes las llamadas porque sabes con absoluta certeza que solo te llaman para contarte sus fatalidades y a ti, entre otras cosas, te quitan las ganas de vivir. Esas que incluso el día antes de su boda son capaces de decir, con todo el pesimismo que pueden atesorar, comentarios del tipo: "Pero no sé tía, seguro que pasa de mi".

O esa gente que entra en el círculo vicioso de la conversación unilateral y acaban contradiciéndose y dándose la razón a partes iguales mientras tu les miras presa del desconcierto sin tener muy claro desde hace rato si realmente esa persona es consciente de que tú estás allí. Y en un determinado momento te preguntará: "¿Me entiendes?", como si fuera una cuestión fácil de contestar. Y una vez recuperado el aplomo y el sentido común dirá: "No importa, yo me entiendo", como si eso lo explicara todo y justificara las dos horas que acabas de pasar debatiéndote entre retirarte sigilosamente o arrancarte las orejas.

O esos chicos que les entra el pánico si advierten que vas a comenzar una conversación con ellos que, a todas luces, no incluye fútbol ni coches. Ese rostro desencajado y agonizante, suplicando misericordia, no tiene precio. O peor aún, esos que creen que te interesan una mínima parte ese tipo de temas, aunque prefirías prenderte fuego antes de hablar sobre córners y penaltis, y se lanzan emocionados a explicarte la regla del fuera de juego como si les fuera la vida en ello.

Está claro que podría escribir mucho más sobre todas las maravillosas y extraordinarias personas (en el sentido más amplio de la palabra) que he tenido el placer de conocer. A su manera, me han enseñado mucho. Sobre todo me han enseñado cómo no debo actuar o pensar para ser aceptada por la sociedad. Pero, ¿qué sería de mí sin todos ellos? Yo lo sé. Sería un ser desgraciado, sin personalidad ni criterio y sin un instinto de supervivencia especialmente desarrollado. Huelga decir que el mundo es muy grande y hay sitio para todos, pero si eres uno de ellos, respeta mi espacio vital o esto puede acabar muy mal.

Kendra.

Mi recomendación del día: Si quieres mantener viva una planta en casa, solo hay un sencillo paso a seguir: riégala. Creo que subestimamos el poder del regadío y en ocasiones obra verdaderos milagros. Eso, o cómprala de plástico y evítate toda clase de problemas absurdos, a parte de un ahorro considerable en aspirinas.

martes, 8 de marzo de 2011

Cal y Arena

Hola a todos!

Por obra y gracia de toda mi corte celestial de dioses al completo, toda mi vida ha sido una especie de balanza oscilante que se tambalea indecisa entre lo bueno y lo malo. Cada cosa buena que me ocurría, solo era el precendente de un desastre inevitable y grotesco. Si me gustaban unos zapatos, no había de mi número "ni en ésta, ni en ninguna otra tienda sobre la faz de la tierra"; si me encontraba con ese chico tan guapo inesperadamente, el rímel se me había derretido cara abajo otorgándome el grácil aspecto de un dulce oso panda; si llegaba tarde a alguna cita, mis amigos ya habían entrado al cine sin mí.

Y si rogaba y suplicaba con todas mis fuerzas que mis padres me compraran unos zuecos rojos que hacían un ruido espantoso al caminar, ¡mis padres me los compraban! Sí, después de llorar y sufrir por tener unos zuecos rojos, finalmente, estaban en mis pies. No cabía en mí de felicidad, siempre que podia me los ponía. Siempre que podía excepto en casa. Mi madre no me dejaba. Me decía que cuando caminaba con los zuecos dentro de casa parecía que se acercaba el fin del mundo y que probablemente los vecinos podían ver la casa temblar desde fuera.

Pero poco me importaba a mí eso. Tenía mis zuecos y eso era lo que más me importaba. Aunque mi hermana tuviera unos azules, nada podía minar mi alegría en esos momentos. Ni siquiera que incluso a mi hermano también se los hubieran comprado. Yo era feliz y, en retrospectiva, me atrevería a decir que era la única. Mi hermana se quejaba de que le hacían gallinas en los talones a pesar de que los zuecos eran abiertos por detrás. Tal era su desesperación ante la idea de llevarlos puestos alguna vez. En una ocasión, la escuché rezando para que le crecieran los pies.
Y mi hermano, simplemente, había recurrido a una técnica tan hábil como absurda. Nunca tuvo muchas luces, todo hay que decirlo. Pero desde que los zuecos hicieron su aparición en nuestra humilde morada, se limitó a fingir que no tenía pies. Él lo vio muy claro en ese momento, al menos en su cabeza.

Pero a todos nos ha pasado eso alguna vez, ¿no? Me refiero a cuando una idea o concepto es lógica y sencilla en tu cabeza y basta que la transformes en palabras y salga de tu boca para que se convierta en la mayor estúpidez dicha nunca por el hombre. ¿A que sí? Dime que esas cosas no me pasan solo a mi. Es un proceso extraño que se repite continuamente en mi existencia. Una vez que la idea es procesada por el lenguaje verbal, adiós al sentido común. Como cuando yo le dije una vez a mi cuñado que probablemente tenía frío porque últimamente no estaba haciendo ejercicio. Yo obvié alegremente el hecho de que tenía frío porque era seis de diciembre y estábamos de vacaciones en Alemania. Pero puedo jurar que cuando lo pensé tenía sentido. Le agradeceré eternamente que no se riera en mi cara. Esto me ocurre mucho más a menudo de lo que estaría dispuesta a reconocer.

El caso es que por fin tenía en mis pies los tan codiciados zuecos rojos que tanto había anhelado y aunque con el tiempo (no tanto tiempo, pero se trata de mí al fin y al cabo) estaban hechos una piltrafa, estropeados y llenos de manchas, yo los lucía como si fueran unos Manolo Blahnik y me venían igual de bien para un paseo de domingo que para ir a la playa. No quería quitármelos bajo ningún concepto, a pesar de que mi madre me obligaba a quitármelos en la puerta de casa cada día y murmuraba cosas como "tiemblan los cimientos como si esto fuera Japón". Y aunque mis hermanos me miraban resentidos y me odiaban en secreto, ellos no podían entender de ninguna manera que no era mi culpa que los zuecos tuvieran una oferta de tres por dos cuando mi madre los fue a comprar. Yo solo quería unos zapatos, no destruirles la vida.

Aquel verano fue sencillamente glorioso, espectacular. Pero la gloria y el espectáculo vinieron de la mano de ese desastre inveitable y grotesco. Yo no me merecía la felicidad que aquellos zuecos habían traído a mi vida, así que debía ocurrirme una fatalidad para que el equilibrio del universo se recuperara.
Casi como cada día, fuimos a la playa y yo aprovechaba para hacer resonar mis tacones de madera por todo lo largo y ancho de la avenida. A fuerza de tanta pasarela, había descubierto que los zuecos sonaban mucho más si caminaba sobre las baldosas de mármol en lugar de las baldosas de cemento. Y allí que me lancé yo con seguridad y un poco de chulería incluso. Sabía que ese claqueo insoportable me infundía respeto y grandeza.

Quiso la mala suerte (o los de allá arriba), que la franja de baldosas de mármol estuviera en el borde de la avenida y que esa seguridad y grandeza que yo me atribuía se me subieran a la cabeza. Caminaba tranquilamente por la banda más próxima a la playa, con la cabeza alta y contemplando a los bañistas cuando sentí que el zueco se ladeaba al borde de la avenida. No quise sentirlo, me negué desde lo más profundo de mi alma a sentirlo. No podía estar pasando esto. Otra vez.

Solo te diré que la distancia desde donde yo me encontraba hasta la playa era más o menos de un metro y te diré también que recuerdo perfectamente el momento del descenso, como si hubiera ocurrido a cámara lenta. Sentí que caía, despacio, mientras mis tobillos y la parte interior de mis muslos se restregaba con ahínco contra el borde afilado del mármol y tenía la desagradable certeza de que tarde o temprano aquella caída llegaría a su fin. Pero cuando esto ocurrió, contra todo pronóstico, lo único que pude sentir fue que me quemaba. La arena de aquella playa, un soleado día de agosto, no era otra cosa que lava ardiente que se me colaba por cada poro de mi piel, escaldándome las heridas recién hechas y abrasándome de arriba a abajo.

Me levanté como si me hubieran dado con un atizador en el trasero, cual suricato avistando enemigos y descalza (los zuecos habían saltado por los aires pero poco me importaba este dato en ese momento) ejecuté una bella danza sobre la arena, que consistía en dar brinquitos mientras pasaba el peso de un pie a otro y evitaba levantarme la primera capa de piel de mis plantas de los pies, mientras buscaba desesperadamente una escalera hacia la que correr y regresar al frescor de tierra fime cuanto antes.

Mi familia contempló el espectáculo, muda y desconcertada, tratándo de asimilar el hecho de que un segundo antes caminaba junto a ellos y un instante después había sido absorbida por ese horno. Recuerdo la verguenza, el dolor, la quemazón, el odio hacia mis zuecos rojos. Pero recuerdo, sobre todo, lo único que se le ocurrió decir a mi padre para ayudarme:
- ¡Muchacha, que el agua está más abajo!

Kendra.

Mi recomendación del día:  La mujer tiene un solo camino para superar en méritos al hombre: ser cada día más mujer. (Angel Ganivet)
Y otra de regalo:
¡Porque yo lo valgo! (L´Oreal)
¡Feliz día de la mujer!

lunes, 7 de marzo de 2011

Tenemos Visita

Hola a todos!

Navegando por internet hace unos días, leí que se espera la llegada de tres naves extraterrestres procedentes del Planeta, bien conocido por todos, Zeeba. Yo estoy que no duermo de la emoción. Siempre me ha gustado recibir visitas. Ese ajetreto previo, esa limpieza desenfrenada, esa ropa interior debajo de los cojines. ¡Maravilloso, sencillamente fantástico!

Claro que para esta visita, un tanto especial, las cosas serán un poco complicadas. Sobre todo por el hecho de que su única intención es colonizarnos y resultan ser un tanto hostiles. ¡Pero qué más da! ¿Cuánto tiempo hace que no viene nadie a vernos a la Tierra? ¡Un poquito de colaboración, por favor!

¿Que nos convierten en esclavos, nos torturan y nos matan? ¿Que utilizan nuestros cerebros para crear una raza superior? Maldita sea, son nuestros invitados. ¿Qué clase de anfitriones somos? ¿Qué impresión vamos a dar al resto del universo? ¿Qué van a pensar nuestros vecinos? Seamos un poco más tolerantes y comprensivos. Al fin y al cabo, parece ser que somos los últimos monos de toda la creación. Ahora resulta que, no solo no somos el único planeta habitado, sino que además, ni siquiera somos los más adelantados o inteligentes. Entonces, ¿quiénes somos nosotros para negarnos a formar parte del experimento que otra raza quiera realizar con nuestros órganos? Me parecería una grosería no colaborar con tal causa.

Yo estoy encantada con la llegada de nuestros visitantes. Llegarán en tres naves, una de ellas de grandes dimensiones, y no veo la hora de recibirles. Estoy tan ilusionada que no dejo de mirar al cielo cada segundo esperando su aparición inminente. Porque con esto de los años luz, no se ha podido precisar el momento exacto de su llegada. Algo, por otra parte, que me parece muy español y es una clara deferencia hacia nosotos, los humildes y normales humanos. Pero en cualquier caso, estarán con nosotros en los primeros meses del año. Ya están en camino, concretamente en Júpiter. Si no pillan atasco, los tendremos aquí en algún momento de marzo.

Yo personalmente, pienso estar preparada. Cada día, tardo más de lo normal en arreglarme (que ya es decir) y elijo mis mejores galas, para estar siempre preparada. Incluso duermo con mi mejor pijama, porque no podemos dar por hecho que no vendrán de noche. Y por si acaso, siempre dejo el bote de rímel en la mesilla de noche. ¡Debemos estar preparados, terrícolas! No podemos dejarles esperando en la estratosfera mientras nos adecentamos. ¡Sabe Dios que puedo tardar horas en lograr domar mi pelo!

Así pues, les quiero a todos ojo avizor sin perder de vista el firmamento. La cafetera lista para poner al fuego y algo para picar en la despensa. Estén provistos de vino, cervezas y un amplio surtido de refrescos. Pero nunca, jamás, les sirvan agua. Todos sabemos que el agua puede matarles. Bueno, lo sabemos solo los que hemos visto Señales, pero por si acaso, ya estoy yo aquí para ayudarles. Todas las botellas de agua fuera de la vista. Si es necesario, dejen en este momento de pagar sus facturas para no llevarnos una sorpresa. No vaya a pensar nuestra visita que pagamos el recibo del agua solo para irritarles. ¡Faltaría más! A nosotros a hospitalarios no nos gana nadie, que se note.

No dejen la limpieza para el último momento, limpien un poquito cada día y así no tendremos que avergonzarnos de nada cuando ya sea demasiado tarde.  ¡Y utilícen la escobilla del vater, que para algo está! No olviden reponer el papel higiénico y tengan toallas limpias. Si puede ser, tenga una habitación lista para poder alojarles. No sabemos cuantos pueden ser, así que debemos estar preparados.

Esta es una oportunidad única, no podemos desaprovecharla. Demostremos al resto de la galaxia que no somos unos ineptos incultos atrasados y desfasados que continuamos respetando la ley de la gravedad. Demostremos que podemos ser como ellos si nos lo proponemos. Demostremos que nos dejaremos colonizar solo para convencerles de nuestro incodicional apoyo a las invasiones alienígenas.

Kendra.

Mi recomendación del día: Si vas a hacer café, no olvides nunca ponerle agua a la cafetera o pasados unos segundos, ésta comenzara a desprender un desagradable olor a café chamuscado y dejará escapar un tóxico humo que derivará en una gran humareda que se convertirá en fuego y dejará una horrible mancha negra en el techo de tu cocina y un irritante olor indescifrable durante al menos tres semanas en toda tu casa. ¡Disfruten de ese buchito café!

domingo, 6 de marzo de 2011

Películas de Cine

Hola a todos!

Nada me ha dejado más desconcertada en toda mi vida que la película "El Orfanato". ¿Alguien más la ha visto? Pero no esa española, sino una americana y que tenía toda la pinta de ser grabada por unos estudios de esos independientes o como se llamen. Era rarísima. ¡Qué horror! Justo cuando terminó me di cuenta de que no la había entendido para nada. Ni un solo segundo de la película desde que salieron los rótulos del título. A mi esas películas de tramas complicadas me desesperan. Y me desespero yo y se desespera el que va conmigo al cine, porque debe pasar las siguientes dos horas explicándome toda la película hasta que logro entenderla de alguna manera.

Me gusta el cine, de verdad. Lo paso pipa comiendo a oscuras, porque como todo el mundo sabe, si no ves lo que te estás comiendo, no engorda. Lo dijeron en Cuore. Eso, o algo parecido. Pero no puedo seguir el ritmo de esas películas complicadas que juegan con la realidad y la fantasía. ¿Cómo pretende alguien que yo alcance a comprender la magnitud de los fantasmas que atormentan el alma de ese guionista? Me parece que es pedir demasiado. Yo soy más de películas ligeritas, típicas a ser posible. Y si tienen libro mejor, para asegurar. Donde esté una buena película americana tipo "chico conoce chica y chico hace una apuesta con sus amigos para ligarse a chica y al final chico acaba babeando por chica justo antes de que chica se entere de todo y lo deje; entonces chico le confiesa delante de todo el instituto que la ama y chica corre a sus brazos a cámara lenta mientras todos aplauden y lanzan sus sombreros al aire de pura felicidad", que se quite toda esa basura intelectual de autor. Esas películas de toda la vida, sencillas. humildes, repetitivas, no tienen precio. De esas que mi cuñado hace ver que no soporta y que luego vive con tal intensidad que incluso es el primero en soltar grititos y apretarte las manos emocionado en el momento del beso final.

¿Y qué me dices de esas películas con finales inconclusos? A mí al menos me dejan petrificada durante horas, sin poder moverme del sitio, con la vaga esperanza de que hayan vuelto a poner los descansos esos que había antes a mitad de las películas. No puede ser que alguien en su sano juicio acabe una película en mitad de una escena después de dos angustiosas horas de problemas que se solucionan para volverse a estropear y poder volver a solucionarse al menos en siete ocasiones más. No lo entiendo, sinceramente, no lo alcanzo a comprender.

Las que más me gustan son las de finales trágicos. Ésas son las películas que me parecen más auténticas, más reales. Cuando muere el protagonista y se salva el malo que consigue huir a una isla desierta y acaba bebiendo de una copa con un líquido azul y una sombrillita mientras sonríe socarronamente con un puro entre los dientes y siete mulatas pechugonas le bailan la samba a su alrededor. O en las que mueren todos, absolutamente todos y solo queda vivo uno que apenas salió en la película pero que te caía fatal y acabas tomándole cierto aprecio porque a pesar de que los guapos han muerto, él es el que mata al malo. Sé lo que estás pensando. Infiltrados. No te lo discutiré.


¿Y Gran Torino? Para empezar, ese hombre es un tanto inquietante. A mi me desconcierta muchísimo. Esa templanza tan agresiva, como si estuviera a punto de saltárte encima pero mantiene a la vez esa serenidad tan extraña. Estaba acostumbrada a películas muy diferentes de Eastwood y, francamente, me pasé toda la película esperando algo más, no sé exactamente el qué, pero algo más. Lo peor fue cuando descubrí que Gran Torino era un coche. ¡Un coche! Recuerdo que todo fue muy confuso y cuando la pantalla se quedó en negro casi no me lo podía creer. ¿Ya está? ¿Tanto rollo para esto? Pero reconozco que jamás me he atrevido a comentar esto fuera de mi círculo de amigas (tan ineptas como yo a la hora de reconocer el cine de calidad). Sé de oídas que ese señor es un dios en su mundillo y lo respeto, pero jamás dejaré de sentir ese eterno escalofrío que me sobreviene cuando aparece en pantalla. Y una duda que siempre he tenido sobre él: ¿Siempre ha sido viejo? Yo al menos nunca lo he visto joven y lozano, pero agradecería posibles referencias que buenamente me quieran aportar.

Y ahora, a riesgo de convertirme en tu peor enemiga y ganarme tu desprecio de por vida, tengo que reconocer que no entendí Los puentes de Madison. Lo siento, pero no tenía ni la más mínima idea de lo que estaba pasando ahí. Era demasiado... ¿lenta? No sé exactamente de qué se trataba, supongo que no estoy preparada para apreciar este tipo de películas de otro tiempo. Estoy muy mal acostumbrada, lo reconozco.

En realidad yo no se quién me manda a mí a hablar de cine, porque no tengo ni idea. Solo espero que comprendas mi falta absoluta de concentración y mi capacidad para captar tramas demasiado rebuscadas. No me odies, no merece la pena.

Kendra.

Mi recomendación del día: Viaja todo lo que puedas y aprende y absorbe cuanto te sea posible. Y vuelve solo cuando la necesidad de tu tierra te impida continuar el paseo. Yo he viajado mucho y ha sido lo mejor que he hecho en la vida y de lo que jamás me arrepentiré. Bueno, mi padre sí porque es el que me ha financiado mis excursiones, pero eso es harina de otro costal. ¡Buen Viaje!

sábado, 5 de marzo de 2011

Clichés y Hermanos Mayores

Hola a todos!

Tengo una duda. Una duda que me corroe por dentro y me roba horas de sueño. Me tiene tan angustiada como cuando saltaron los rumores del noviazgo entre Shakira y Piqué. O como cuando, inocente como un cerbatillo, creía a mi madre cada vez que decía que "cualquier día cogía la puerta y se largaba". Que desasoiego, no se puede vivir así, en este sinvivir de noches en vela mientras las preguntas boicotean mi descanso.

Y es que no encuentro explicación lógica a todas esas costumbres contraproducentes que tenemos tendencia a utilizar en nuestro día a día. Me refiero a idioteces del tipo:

- Voy a contarte algo pero tienes que prometerme que no te enfadarás.
¿En qué estamos pensando cuando decimos algo así? Es de locura. Probablemente la otra persona (al menos si se parece una mínima parte a mí) te dirá, todo ternura y comprensión: "Desde luego, adelante, te lo prometo". Y si se te ocurre a creer esa afirmación estás completamente perdido. La promesa de no enfadarse queda suspendida en el aire durante unos segundos hasta que acaba huyendo despavorida a ese lugar donde van todas las promesas que se hicieron mintiendo descaradamente. El enfado puede alcanzar tal magnitud que desearías no estar vivo, desparecer en ese mismo instante de la faz de la tierra. Porque hagas lo que hagas y digas lo que hagas a partir de ese momento, no servirá más que para aumentar la ira del otro.

- No se lo puedes decir a nadie.
Y seguramente, para asegurarnos la privacidad de lo que vamos a contar, diremos: "Es un secreto". ¡El colmo! A partir de ese momento nadie podrá hacer nada por ti. Lo que quiera que sea que hayas compartido "en secreto", será de dominio público inmediatamente. Y si hay una blackberry de por medio, no se te concederá ni el derecho del efecto "teléfono". Es decir, que cuando el último índigena de la tribu más recóndita de la selva más alejada de la civilización conozca "tu secreto" (porque se enterará, eso lo sabemos todos), la información no será tan precisa ni acertada como cuando salió de tu boca. Por lo que aún brilla para ti un débil rayo de esperanza: "¿Qué Fulanita le dio un bofetón a la novia del primo de ese de Gran Hermano en la fiesta del estreno de ese documental sobre la cría de huevos de la zancuda común? No sé, me cuesta creerlo".

- El agua está calentita. ¡Entra a bañarte!
Con eso solo conseguirás que la otra persona roce con apenas un puñado de células de su dedo gordo del pie la temperatura para empezar a correr desesperadamente acusándote de mentiroso y traidor sin escrúpulos o, en el peor de los casos, que piense cosas horribles sobre ti y los desechos líquidos de tu cuerpo.

¿Realmente no sabemos que obtenemos precisamente lo contrario de lo que pretendemos utilizando esta clase clichés? Yo tenía que haberlo aprendido hace mucho tiempo y, aún así sigo cayendo en la trampa incansablemente y ante mi propio desconcierto. Sobre todo con mi hermana. Si tienes una hermana o hermano mayor, sabes de lo que hablo. Si no lo tienes es que eres tú ese hermano desalmado y cruel que juega con los sentimientos ajenos por diversión. Como cuando mi hermana me decía que era adoptada y mi madre lo completaba confesándome que me había recogido del cubo de la basura. Entre las dos, a razón de dos veces por mes aproximadamente, me relataban con florituras el gran acontecimiento de mi aparición en el contenedor. A mi madre le encantaba contarme la historia, la sonrisa no se le borraba de la cara durante la narración. Al parecer ella había salido a tirar la basura, (algo que ya debió hacerme sospechar porque mi padre es el que se encarga de sacar la basura; diría que mi madre no sabe ni donde están los contenedores de nuestra calle) y cuando abrió la tapa advirtió un bulto extraño y lo cogió y resultó que era yo. Nunca me imaginaría a mi madre metiendo sus delicadas manos en un cubo de basura, pero por entonces lo podía visualizar con total claridad. Y mi hermana por su parte, se encargaba de recordármelo siempre que tenía oportunidad.

Cuando, con el paso del tiempo, empecé a percatarme de varias contradicciones (como cuando mi madre me contaba que cuando nací era tan fea que se pasó cuatro días llorando sin parar), la historia fue perdiendo fuerza hasta desaparecer en el olvido colectivo. Yo la tenía grabada a fuego. Entonces mi hermana comenzó a hacer uso de sus otras bazas. Sus muestras de cariño, tan típicas entre hermanas, variaban desde el amor incondicional hasta la devoción fraternal. Entre sus manifestaciones de amor más célebres, destacan: "Vaca Loca, por vaca y por loca"; "El rey león visita la ciudad"; o "¡Llamen al zoológico, hemos encontrado la foca!".

Lo normal entre hermanas, vamos. A veces también ella hacía uso de esas sugerencias contraproducentes, pero con su propio estilo y me decía cosas como: "Vale, te maquillo pero no te prometo nada. ¡Por el amor de Dios, yo no soy Lourdes!" o más de estilo clásico: "Aunque la mona se vista de seda, mona se queda". Está claro que ella pretendía ejercer precisamente el efecto contrario, es decir, utilizaba esas expresiones a sabiendas de que el resultado sería totalmente opuesto al esperado por mí.

Pero no dejaba de ser una buena hermana, dispuesta siempre a hacerme la vida imposible, a echarme la culpa cuando se cargaba el video y a ponerme de excusa cuando llegaba tarde a algún sitio. Son cosas con las que una hermana pequeña debe aprender a convivir y yo lo he llevado siempre muy bien.

Kendra.

Mi recomendación del día: Ayer vi por primera vez Avatar. Si hay alguien que, como yo, sigue siendo el único bicho viviente que no la ha visto, no sé a qué espera. Que conste que yo la vi solo porque tengo que formatear el ordenador y no me parecía apropiado borrarla sin haberla visto. Ya que estaba allí. Pero no me decepcionó. Bueno, solo el final. No entendí en absoluto el final de dos horas y media de una gran producción y una excelente historia. Pero puede que solo me pasen a mi esas cosas. ¡Qué lo pasen bien en Pandora!

jueves, 3 de marzo de 2011

¡Maquíllate!

Hola a todos!

¡Odio maquillarme! Sobre todo cuando tengo que hacerlo casi de madrugada antes de salir al mundo exterior para enfrentarme a un nuevo día. Porque siempre voy a contrarreloj, aunque me convenza y me repita como una mantra hasta la saciedad que cada mañana me despertaré desde que suene el despertador, por alguna razón que aún no alcanzo a comprender, mis párpados continúan cerrados a cal y canto mientras le doy sin descanso al botón de "volver a recordar". No puedo evitarlo y claro, luego llegan las prisas.

Si se me hace tarde por la mañana, puedo pasar sin desayunar (ya me tomaré algo por el camino), sin cambiar el bolso (la moda hippie multicolor tampoco está tan mal) e incluso sin peinarme (¿aún está de moda el look despeinado, no?). Pero nunca podría salir de casa sin mi sesión de chapa y pintura previa. "La Reconstrucción", como yo lo llamo. Y creéme, no querrías verme sin siquiera una triste capa de tapaojeras. Estoy segura que si alguna vez oso tentar al universo y salgo a la calle sin rímel, nada más poner un pie en la calle, todo un despliegue de policías con perros y negociadores, me pedirá amablemente que vuelva a entrar en casa porque estoy asustando a los transeúntes y "este es un barrio respetable".

Es un verdadero suplicio. ¿Y qué me dices de ese ataque de nervios que nos vemos obligadas a sufrir cuando, de repente, no sale más brillo del tubito? Porque sinceramente, el que inventó los botes de brillo estaba totalmente desquiciado. Ese sistema incomible de una especie de cepillito que claramente se puede ver que jamás llegará al fondo del tubo, por lo que aproximadamente el setenta por ciento del precio de tu gloss se va a la basura junto con tus lágrimas el día que, sin previo aviso, el cepillito sale vacio. Y no trates de ponerlo boca abajo con la esperanza de que la fuerza de la gravedad haga su trabajo, porque el brillo hará todo posible por pegarse a los bordes haciendo más imposible aún su captura. ¿Por qué creemos que nunca va a suceder algo así? ¿Acaso pensamos que ese tipo de cosas solo les pasa a los demás? No sé que es peor, francamente.

¡Habráse visto mayor injusticia! ¿Por qué a los hombres nadie les come el cerebro desde los quince años presionándoles para que parezcan jóvenes, sexys y atractivos? ¿Por qué a ellos nadie les dice que sin un pelo brillante y una base de maquillaje carísima no son hombres de verdad? Porque a ellos les basta y les sobra con un poco de gomina y unas gotas de perfume. ¡Y resulta que hasta sus canas son sexys! ¡Qué desfachatez! Nosotras tenemos que gastarnos un dineral en cremas rejuvenecedoras, en tintes para el pelo y otros cientos de productos más para que brille, tenga un aspecto sedoso y sea tan liso que haga que la traba se te resbale continuamente melena abajo; además de base de maquillaje para cubrir las imperfecciones, rímel para tener unas pestañas kilómetricas, pintalabios que nos hagan parecer divas del botox y todo un surtido de sombras de colores, uno para cada día.

¿Y cómo nos lo agradece la sociedad? Pues teniendo que escuchar como un hombre que además no lleva ni gomina, comente despreocupadamente: "Las mujeres son bellas au naturel, no necesitan potingues para volver loco a un hombre". ¡Ja! Y lo dice uno que ve chicas sin maquillar por la calle y las mira como el que ve un poste de la luz, sin verlas.

Yo personalemente, admiro a esas mujeres de cada lavada que salen a la calle a comerse el mundo, tranquilas, relajadas, con ese halo de pureza que rodea su perfección sin decoraciones. ¡Ojalá yo tuviera su valor! Pero ahora ya es tarde, ya estoy demasiado consumida por toda esa basura propagandística. Tanto, que a veces me miro al espejo sin estar maquillada y el corazón me da un vuelco. Ni siquiera me reconozco.

Y no creas a tu marido/novio/mejor amigo cuando te diga que eres más guapa sin maquillar, porque con toda seguridad, te puedo garantizar que se fijó en tí precisamente cuando ibas pintada como una puerta. Y le encantó lo que vió.

Pero no todo es malo. Tiene sus ventajas, como todo en este mundo. Nosotras somos guapas porque la naturaleza nos hizo así (¡qué le vamos a hacer!), pero si además le añadimos unos truquitos para hacer nuestros más grandes y penetrantes - y te aseguro que he visto verdaderos milagros -, nuestra boca mas sensual y apetecible y nuestro cabello sano y fuerte como el de un caballo, imagínate el resultado. Mujeres de vértigo, dueñas del mundo.
Y ellos, pobres almas descarriadas, ¿qué les queda? Ni con toda la gomina del mundo, ni siquiera aunque se bañen en una barreño de Hugo Boss, pueden hacerse más guapos, sexys y atractivos. Ellos son lo que son y no pueden hacer nada para arreglarlo. Porque, chicos, honestamente, depilarse las cejas es un error garrafal y absolutamente contraproducente.

La próxima vez que tenga que maquillarme (o reconstruirme), no podré evitar pensar en lo afortunada que soy de ser mujer. ¡Madre mía, qué topicazo! Permíteme que me explique: afortunada de ser mujer y poder realzar la belleza de mis ojos, la sensualidad de mis labios y el rubor de mis mejillas y lograr ser más bella aún de lo que soy. Porque cualquier arreglo o adorno que me ponga me hará brillar; y afortunada, sobre todo, porque lo hago PORQUE ME DA LA GANA.

Kendra.

Mi recomendación del día: Si has tenido un día malo, lo mejor que puedes hacer es comprarte una buena revista de cotilleos que ponga de vuelta y media a las más guapas y distinguidas del mundo entero y comer chocolate en todas sus formas con la garantía de evitarte el sentimiento de culpabilidad. En la depresión todo vale, eso lo sabe todo el mundo. ¡Y ánimo!

miércoles, 2 de marzo de 2011

Poderes Mágicos

Hola a todos!

Creo que he descubierto que tengo poderes. Sí, sí, poderes mágicos. Cada vez que afirmo e incluso alardeo sobre algo, resulta que por una fuerza sobrenatural, acabo atrayéndolo. Por lo que nunca más puedo volver a afirmarlo.
La única vez que aseguré que yo jamás me había cortado con la cuchilla de afeitar, faltó tiempo para que me sajara la pantorilla y me levantara un trozo de piel de unos diez de centímetros de longitud. ¡Qué sangrerío! Aquello era un no parar. La cicatriz aún me acompaña y me recuerda cada día el poder de mi mente.
Por si no me había quedado claro, la primera vez que se me ocurrió mencionar mi aguante con los tacones, estuve a punto de dejarme los tobillos absolutamente momificados. Me ardían las plantas de los pies y pensaba que no volvería a caminar. Y aún no había salido de casa.
Y aquella vez que me corté mi larga melena, espesa y dorada, y grité al viento alegre y despreocupada como una mujer de mundo "¡Corte nuevo, vida nueva!", acabé en el hospital operada de una apendicitis aguda luciendo mi nuevo corte de pelo, mechas y planchado, a cirujanos y enfermeros que me hurgaban el estómago.

Supongo que todo es una broma de mis queridas divinidades, más cómicos que cósmicos, y que algún día los pillaré desprevenidos y tendré un golpe de suerte. ¡Quién sabe! Igual consigo despistarlos y encuentro unos zapatos bonitos de mi número. O llegó a tiempo a la estación y la guagua no se marcha delante de mis narices aunque yo corra desbocada con el bolso batiendo a sus anchas en el aire y mis pulmones se vacíen de tanto gritar. Nunca se sabe en qué forma puede personificarse la fortuna en tu vida.
Al menos en mi día a día, la suerte es una puñetera ruleta rusa. Solo que en mi versión, la pistola está cargada de balas de la mala suerte y sólo uno de los compartimentos está vacío, derrochando buena suerte solo para mí. Y que conste que estoy predispuesta a cualquier posibilidad; poco me preocupa cómo o dónde aparezca con tal de tener un golpe afortunado para variar.
Ya me hubiese gustado a mí que aquella bendita mañana los hechos se hubiesen sucedido de otra manera. Que yo no me empeñara en llevar los tacones de mi madre o que no tuviera que usar bolso ese día. O mejor aún, que mis dos únicos vecinos, varones, jóvenes, no estuvieran esperándome en la puerta para dejarme pasar.
Todo había empezado bien, nada dejaba entrever que mi suerte se tornaría de aquella manera. Salí de casa, arreglada y dispuesta y como si fueran un comité de bienvenida, allí estaban los dos (¡los dos!), uno a cada lado de la puerta. Como era de esperar, me hice la interesante y justo, en ese preciso instante en que me encuentro en medio, objeto único y absoluto de toda su atención, sin previo aviso, mis rodillas tocan el suelo. Juro que me sorprendí de la rápidez con que de repente estaba en el suelo. ¿Cómo había pasado? ¿Cómo había llegado yo hasta aquí si hace un segundo estaba allí arriba, altiva y orgullosa?
El bolso había salido disparado hacia algún lugar del planeta tierra, mi melena (espesa y dorada) descansaba sobre mi cara plácidamente y yo allí, de rodillas, con mis vecinos aún de pie, sosteniendo la puerta y mirándome. Mírándome.
Casi podía escuchar con total claridad las carcajadas allá arriba, en lo alto de los cielos, de todos mis dioses guardianes desternillándose y doblados por la cintura, sosteniéndose unos a otros mientras se sorbían la nariz y se resteñaban las lágrimas en los ojos.
¿Qué cómo salí de semejante situación? Muy fácil, me levanté, me coloqué el pelo detrás de la cabeza que es donde debe estar, fui a buscar mi bolso a Guatemala y continué caminando hasta el coche como si no hubiera ocurrido nada. Confié en que pasados unos segundos, los pobres chicos creyeran que lo habían imaginado todo. Seguramente no fue así y aún hoy lloran de la risa al recordarlo.
Por suerte, ha pasado el tiempo y ha llovido mucho desde entonces. Mañana se cumplen las tres semanas.
No, no es cierto. Yo tendría unos dieciséis años. Pero ojalá me hubiese ocurrido ahora, porque como todo el mundo sabe, la adolescencia es una etapa oscura y traumática y ahora estoy obligada a recordar este episodio de por vida.
Solo espero que tú si puedas olvidarlo cuanto antes. Te lo agradeceré eternamente. Confío en que mis poderes mágicos me sean de alguna utilidad algún día. Para algo bueno, a ser posible.

Kendra.

Mi recomendación del día: Nunca entrés a una boutique de ropa cara si no tienes intención (ni todo el dinero del mundo) de comprar algo. Porque no saldrás ileso. Esas delgadísimas dependientas, pintadas como puertas, te obligarán, haciendo tintinear todas sus joyas como si fueran un carnaval, a probarte todas y cada una de las siete prendas que tiene en la tienda. Si cedes, no te dejes engañar cuando te diga, amablemente, que un pantalón te hace más delgada que otro, porque con total seguridad, el pantalón estilizador cuesta cuatro veces más. ¡Buenas compras!

martes, 1 de marzo de 2011

Bienvenido@s

Hola a todos!
¿Qué puedo decir para empezar? Creo que lo mejor será advertirte de lo que vas a leer.
¿No has pensado alguna vez que el mundo está mal hecho? ¿No te has planteado más de una vez la posiblidad de que todo esto sea una broma cósmica de dioses graciosetes que se divierten con nosotros? Pues yo sí. Muchas veces. En ocasiones me quita el sueño.
Supongo que no todo el mundo tiene la desgracia de llevar una existencia como la mía: absurda y extraña.
Para empezar, me gusta pensar. ¡Gran fallo! Cada vez que mi cerebro se dispone a desglosar y analizar cada cosa que veo o escucho, debería aparecer un cartel fluorescente de letras grandes y luminosas que advirtiera del peligro: ¡Error en el sistema! Repetimos, ¡error en el sistema!
Y es que a veces, de tantas vueltas que le doy a las cosas acabo manteniendo pequeñas pero acaloradas discusiones conmigo misma. Y como siempre me ha gustado llevar la razón, te podrás imaginar cómo acaba todo. Salen a relucir reproches  y quejas de hace años que ya habían sido aclarados y olvidados.
Lo peor de todo son, lo que yo llamo, las "veladas a responder". Y se trata, básicamente, de meterme en la cama, agotada después de un largo día, tropezando con todo lo que se me pone por delante por no poder mantener los ojos abiertos y descansar la cabeza sobre la almohada para entregarme a un sueño reparador. Entonces, solo para fastidiar, mi mente empieza a recopilar datos, números, hechos recientemente (y no tan recientemente) acontecidos para proceder a un exhaustivo estudio de los mismos. ¿Por qué el césped es verde?¿A dónde van los mensajes que borramos?  ¿Por qué ese niño lleva una mochila tan horrenda?
Pues hoy quiero hablar del niño de la mochila horrenda. Porque hay cosas, que simplemente, son inadmisibles. Esta mañana pasó por delante de mí, ante mis ojos, un niño con una mochila. Seguramente iba al colegio y caminaba, inexplicablemente, alegre y dichararero. ¿Qué les dan hoy a los niños en los colegios? Porque yo lo odiaba. Cada noche rezaba e imploraba a los dioses burlones que lo destruyeran, que le cayera una montaña encima o que lo robaran unos extraterrestres. Y aunque me costara creerlo, nunca sucedió nada parecido.
El caso es que ese niño estaba contento y prefiero no saber por qué. Yo también lo estaba hasta que el niño me adelantó (porque al ir alegre y dichararero su paso era más rápido) y la ví. Pensé que un rayo me fulminaría en ese instante de la impresión que sufrí. Era una de esas maletas que nadie sabe por qué, son rígidas y rectángulares. ¿Por qué alguien hizo algo así? ¿Por qué se lo permitimos? Son horrorosas y no solo feas estéticamente, sino incómodas y muy poco útiles a la hora de colocarlas en algún lugar como tu regazo sin que te veas obligado a pagar un tiquet en la guagua también para ella.
Y lo sé porque... Bueno, he de confesar que lo sé porque... ¡yo tenía una! Ya lo dije. Sí, y no solo era igual de fea y rígida sino que, para más inri, era verde musgo. Nunca la olvidaré. Y nunca olvidaré como pasó por encima de mi cabeza el día que, mostrando un equilibrio talentoso, pisé mal el bordillo de una acera de cuatro centímetros y mis piernas flaquearon como si caminara sobre una cama de agua. Vi el suelo tan nítidamente que pensé que me iba a fusionar con el asfalto. Ét voilà! La mochila cuadrada que vuela por encima de mi cabeza tironeando de mi nuca y amenazando mi centro de gravedad. Aunque veloz como un rayo apoyé las manos en el suelo, la fuerza que ejercía aquella mochilla cargada de libros sobre mi cabeza estuvo a punto de derribarme por completo. Aunque resulte increíble, salí ilesa de aquel percance. Apenas unos rasguños en las rodillas y las palmas de las manos. Pero nada podía compararse con el rencor y la ira despropocionada que me provocaba la Maldita Mochila.
Y ahora que me despojado de toda mi dignidad al completo ante ti, dejaré a tu juicio continuar leyendo. De verdad, no te guardaré rencor si decides no volver y guardar este blog como página no segura o contenido estúpido. En serio, no soy rencorosa.
Pero si te atreves, me lo dices a la cara.
Era una broma, eres bienvenid@ siempre que lo desees y aquí estaré esperándote con más de mis muchas historias en las que interactuo directamente con el reparto de dioses que desde algún  lugar, se encargan de mil amores de hacer mi vida mucho más desagradable.

Kendra.

Mi recomendación del día: Nunca, jamás, te compres una mochila rígida y rectangular. Nunca, ni a ti ni a tus hijos ni a los hijos de tus hijos. Irás al infierno.
En otro orden de cosas, te recomiendo que leas "De los amores negados", de Ángela Becerra. Simplemente sensacional. ¡Que lo disfrutes!