miércoles, 2 de marzo de 2011

Poderes Mágicos

Hola a todos!

Creo que he descubierto que tengo poderes. Sí, sí, poderes mágicos. Cada vez que afirmo e incluso alardeo sobre algo, resulta que por una fuerza sobrenatural, acabo atrayéndolo. Por lo que nunca más puedo volver a afirmarlo.
La única vez que aseguré que yo jamás me había cortado con la cuchilla de afeitar, faltó tiempo para que me sajara la pantorilla y me levantara un trozo de piel de unos diez de centímetros de longitud. ¡Qué sangrerío! Aquello era un no parar. La cicatriz aún me acompaña y me recuerda cada día el poder de mi mente.
Por si no me había quedado claro, la primera vez que se me ocurrió mencionar mi aguante con los tacones, estuve a punto de dejarme los tobillos absolutamente momificados. Me ardían las plantas de los pies y pensaba que no volvería a caminar. Y aún no había salido de casa.
Y aquella vez que me corté mi larga melena, espesa y dorada, y grité al viento alegre y despreocupada como una mujer de mundo "¡Corte nuevo, vida nueva!", acabé en el hospital operada de una apendicitis aguda luciendo mi nuevo corte de pelo, mechas y planchado, a cirujanos y enfermeros que me hurgaban el estómago.

Supongo que todo es una broma de mis queridas divinidades, más cómicos que cósmicos, y que algún día los pillaré desprevenidos y tendré un golpe de suerte. ¡Quién sabe! Igual consigo despistarlos y encuentro unos zapatos bonitos de mi número. O llegó a tiempo a la estación y la guagua no se marcha delante de mis narices aunque yo corra desbocada con el bolso batiendo a sus anchas en el aire y mis pulmones se vacíen de tanto gritar. Nunca se sabe en qué forma puede personificarse la fortuna en tu vida.
Al menos en mi día a día, la suerte es una puñetera ruleta rusa. Solo que en mi versión, la pistola está cargada de balas de la mala suerte y sólo uno de los compartimentos está vacío, derrochando buena suerte solo para mí. Y que conste que estoy predispuesta a cualquier posibilidad; poco me preocupa cómo o dónde aparezca con tal de tener un golpe afortunado para variar.
Ya me hubiese gustado a mí que aquella bendita mañana los hechos se hubiesen sucedido de otra manera. Que yo no me empeñara en llevar los tacones de mi madre o que no tuviera que usar bolso ese día. O mejor aún, que mis dos únicos vecinos, varones, jóvenes, no estuvieran esperándome en la puerta para dejarme pasar.
Todo había empezado bien, nada dejaba entrever que mi suerte se tornaría de aquella manera. Salí de casa, arreglada y dispuesta y como si fueran un comité de bienvenida, allí estaban los dos (¡los dos!), uno a cada lado de la puerta. Como era de esperar, me hice la interesante y justo, en ese preciso instante en que me encuentro en medio, objeto único y absoluto de toda su atención, sin previo aviso, mis rodillas tocan el suelo. Juro que me sorprendí de la rápidez con que de repente estaba en el suelo. ¿Cómo había pasado? ¿Cómo había llegado yo hasta aquí si hace un segundo estaba allí arriba, altiva y orgullosa?
El bolso había salido disparado hacia algún lugar del planeta tierra, mi melena (espesa y dorada) descansaba sobre mi cara plácidamente y yo allí, de rodillas, con mis vecinos aún de pie, sosteniendo la puerta y mirándome. Mírándome.
Casi podía escuchar con total claridad las carcajadas allá arriba, en lo alto de los cielos, de todos mis dioses guardianes desternillándose y doblados por la cintura, sosteniéndose unos a otros mientras se sorbían la nariz y se resteñaban las lágrimas en los ojos.
¿Qué cómo salí de semejante situación? Muy fácil, me levanté, me coloqué el pelo detrás de la cabeza que es donde debe estar, fui a buscar mi bolso a Guatemala y continué caminando hasta el coche como si no hubiera ocurrido nada. Confié en que pasados unos segundos, los pobres chicos creyeran que lo habían imaginado todo. Seguramente no fue así y aún hoy lloran de la risa al recordarlo.
Por suerte, ha pasado el tiempo y ha llovido mucho desde entonces. Mañana se cumplen las tres semanas.
No, no es cierto. Yo tendría unos dieciséis años. Pero ojalá me hubiese ocurrido ahora, porque como todo el mundo sabe, la adolescencia es una etapa oscura y traumática y ahora estoy obligada a recordar este episodio de por vida.
Solo espero que tú si puedas olvidarlo cuanto antes. Te lo agradeceré eternamente. Confío en que mis poderes mágicos me sean de alguna utilidad algún día. Para algo bueno, a ser posible.

Kendra.

Mi recomendación del día: Nunca entrés a una boutique de ropa cara si no tienes intención (ni todo el dinero del mundo) de comprar algo. Porque no saldrás ileso. Esas delgadísimas dependientas, pintadas como puertas, te obligarán, haciendo tintinear todas sus joyas como si fueran un carnaval, a probarte todas y cada una de las siete prendas que tiene en la tienda. Si cedes, no te dejes engañar cuando te diga, amablemente, que un pantalón te hace más delgada que otro, porque con total seguridad, el pantalón estilizador cuesta cuatro veces más. ¡Buenas compras!

No hay comentarios: