viernes, 11 de marzo de 2011

Estafa Saludable

Hola a todos!

Hoy me apunté en el gimnasio. Sí, es viernes, lo sé. Pero, ¿sabías que si empiezas a ir al gimnasio un lunes, al día sigueinte tienes que volver? Pues si empiezas un viernes eso no pasa. Así que fui hoy, me destrocé un par de músculos, me torcí un tobillo porque la cinta andadora se volvió loca en un momento dado y sudé como nunca había sudado en mi vida.
Pero cuando salí estaba tan cansada y frustrada que me metí en la primera cafetería que ví, casualmente justo enfrente del gimnasio, y me zampé un batido de chocolate y cuatro o cinco donuts. En el tercero perdí la cuenta por orgullo y amor propio. ¡Qué cosa tan espantosa! ¿Y a eso es a lo que llaman vida sana y saludable? Después del día de hoy, tengo claro que si me muero y voy al infierno (y tengo muchas papeletas), estaré condenada por toda la eternidad a montar en esa maldita máquina de steps.

Si alguien te ha dicho algo bueno o positivo acerca de los gimnasios, sin duda te estaba mintiendo. Y probablemente le caigas mal. Hazme caso a mi que soy la entendida en estos temas y sigue este pequeño consejo: "Nunca vayas al gimnasio". No tiene nada que ver con lo que nos enseñan en las películas.
Para empezar, esos chicos que se pasean cansinamente estirando y doblando los brazos compulsivamente, ¿los hacen en serie y colocan un par de ellos al azar en cada gimnasio del mundo? Son todos iguales: chulos, imbéciles y con una espalda del tamaño de un hangar. ¿Y esos paseítos que significan? ¿Acaso eso les cuenta como entrenamiento? Porque después se les llena la boca al decir que entrenan cuatro horas al día. ¡Habráse oído mayor falacia! De esas cuatro horas, se pasan tres horas y cuarenta cinco minutos paseándose de arriba a abajo por toda la sala. De tanto paseo que se dan, puedes encontrarles (si es que te ves en la necesidad de algo así) siguiendo el rastro de baldosas gastadas que van dejando a su paso.
Y por no hablar del uniforme. Todos exactamente iguales. A mi no me dieron ni las gracias cuando me matriculé, ni una mísera toalla, y a ellos les dan el equipamiento completo. Esa camiseta de mangas huecas, blanca por supuesto, y unas cuatro tallas más pequeña. Eso es imprescindible, si no a ver para qué iban a ir ellos al gimnasio si no es para lucir músculos dopados. Y luego esos pantaloncitos que usan, diminutos, tan pequeñitos que no tienes necesidad de imaginar nada. Si existe una prenda de ropa contraproducente, son, sin ningún género de duda, esos pantalones.

¿Y las chicas? Estuve a punto de volver a salir cuando puse un pie en el gimnasio porque creí que me había equivocado de sala. ¡Aquello era un catálogo de Victoria´s Secret! Me quedé estupefacta. Pensé que ellas se lo curraban mucho más porque daban la impresión de estar muy acaloradas. Un par de chicas, probablemente adictas al ejercicio físico, tenían tanto calor que se habían quedado en sujetador. Y, a pesar de todo, no les faltaba ni pizca de maquillaje. Por suerte el colorete no es necesario en este contexto, pero no les faltaba detalle: delineador, rímel y gloss y todo un surtido de bisutería.

Me armé de valor y después de fingir que prestaba atención a uno de los monitores que se me acercó para explicarme lo que tenía que hacer, haciéndole caso omiso, me fui directamente a las cintas andadoras. ¡Las carga el diablo! Con esos botones hipersensibles y ese mecanismo incomprensible al que tardas más de un cuarto de hora en seguirle el ritmo. No me puse una velocidad muy alta para empezar, pero de buenas a primeras, quizá porque respiré más fuerte de lo normal, la máquina dichosa empezó a acelerarse y perdí el control. "¿Qué le pasa a este bicho?", pensé desesperada mientras intentaba seguirle el ritmo desenfrenado que alcanzó en cuestión de segundos. Luché y luché, me dejé los nudillos tratando de agarrarme a esa cosa como podía, el sudor me caía por la frente y me nublaba la vista, pero se veía de lejos que aquello era un fracaso anunciado y el final se acercaba a una velocidad de vértigo.

Y entonces salí disparada. No sé en qué momento mis pies dejaron de pisar la cinta y empezaron a volar por los aires. Solo sé que me rendí, porque aquella máquina era más fuerte que yo y nunca podría vencerla, y me detuve. Pero todo ocurrió en cuestión de microsegundos. En un instante tomé la decisión y al siguiente estaba volando. Lo peor de todo fue no ser consciente de lo que estaba ocurriendo y, sobre todo, por qué. El "por qué a mí" ya ni siquiera me lo planteaba. Me sé de unos que cuando se enteraron de que había decidido ir al gimnasio se habían pasado la noche en vela preparándome esta jugada.
Lo siguiente que sentí fue un golpe seco en el trasero y un objeto puntiaguado que se me incrustaba en la espalda. Pero al menos ya estaba en tierra firme. Desorientada y mareada traté de ubicarme. Antes de poder verlo, sentí que todo el mundo me miraba. Miré a mi alrededor y traté de darme la vuelta para ver qué me había golpeado la espalda y cuando ví a una de esas chicas en sujetador, por un momento pensé que me había clavado un pecho. Tenía todo la pinta de que podía haber sido así. Pero entonces la chica en sujetador se señaló el codo y me pidió disculpas, pero no sé por qué me dio la impresión de que en realidad me estaba echando la culpa de algo.

La Máquina Maldita continuaba aclerándose cada vez más y estaba vibrando como una centrifugadora. Instintivamente, me eché las manos a la cabeza para protegerme porque pensé que me saltaría encima. Se había dado cuenta de que continuaba con vida y quería rematarme. Después, uno de los monitores me dijo que estaba averiada y que tenía que haberme avisado. Pero no lo hizo, el muy imbécil.

Aún un tanto descompuesta por mi viaje estratosférico, me levanté y comprobé que estaba entera. Solo me dolía un poco el tobillo, un poco mucho. Pero como todos seguían mirándome, tuve que hacer como que no me dolía en absoluto y caminar con normalidad. Me arreglé el pelo y me sequé el sudor, bebí un trago de agua y comencé mi retirada. Quería transmitir que lo que había pasado era totalmente normal y que entraba dentro del calentamiento y que si ellos no lo sabían es porque no hacían los ejercicios correctamente. Y a pesar de que había llegado apenas veinte minutos antes, me fui fingiendo que estaba agotada de todo la actividad realizada y me dirigí a los vestuarios.

¡Y lo que ocurre en esos vestuarios es escandoloso! Pero ya te lo contaré otro día, porque ahora tengo que cambiarme la bolsa de hielo sobre la que estoy sentada.

Kendra.


Mi recomendación del día: Si comes chocolate y helados en cantidades industriales cada vez que te deja un novio, plantéate una cuestión muy básica: si sigues ingiriendo tales cantidades de azúcar, se te picarán los dientes y se te llenarán de agujeros y se te caerán, y lo más normal es que no vuelvas a tener novio. Así que cuando tu novio te deje, maquíllate, ponte tacones y sal a divertirte. Que estés soltera solo significa una cosa: ¡que el hombre de tu vida aún está por llegar! ¡Buena búsqueda!

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