lunes, 28 de marzo de 2011

Para Empezar Bien La Semana

Hola a todos!

 ¡Qué asco de lunes! Un día de pena, eso es lo que he tenido yo hoy. Pero no creas que me ha sucedido algo terrible y espantoso, no, es que es lunes. ¿Qué más quieres? Siempre me propongo no levantarme de la cama los lunes, pero siempre está mi padre ahí que entra silbando y dichararero como si fuera sábado a las seis de la tarde y abre persianas y ventanas para que vea el día tan bonito que hace. Como si a mi me importara eso. La cama está calentita y acogedora y no tengo ninguna intención de salir a esas horas de la madrugada, como siempre le digo. Y todavía tiene la desfachatez de decirme que me paso el día durmiendo. A veces también utiliza otra de sus tácticas preferidas, que no es otra cosa que gritar: "¡Venga, arriba todo el mundo que son las doce del día ya!". Y claro, yo a veces me lo creo y salto de la cama como si fuera el payaso de una de esas cajas de broma y me pongo en marcha porque me estoy perdiendo la novela. Y resulta que cuando llego a la cocina el reloj ni siquera marca las ocho y media de la mañana. Lo peor de todo es que él se divierte con estas cosas.

Pero los lunes son un tema aparte. Una desgracia que ha caído sobre toda la humanidad para pagar por nuestros pecados. Hasta donde yo sé, los días laborables están básicamente diseñados para recuperarse de las juergas del fin de semana y no al revés, como piensan algunos chalados que hay por ahí. Hay que estar muy mal de la cabeza para tener esa mentalidad, la verdad. Los lunes no son más que días de calamadides y no me digas que no. Es como levantarse con el pie izquierdo, nada de lo que hagas ese día te saldrá bien. Para empezar, el despertador o no suena o no lo oyes (varía según las versiones), con lo cual tu humor es de perros y te lanzarías al cuello de todo el que se atreva a mirarte.

Luego está lo del desayuno. Un lunes esas cosas nunca salen bien, porque por lo general, existen aún algunos átomos de alcohol en tu sangre que te hacen actuar como un sonámbulo. La leche nunca va directamente desde el bote a la taza, eso es por norma general. Siempre hay un chorro que sale disparado y lo pringa todo y como tu puntería brilla por su ausencia, la mitad cae por fuera y la otra mitad se desparrama por toda la mesa y tú te dices cabreada que no lo piensas limpiar. A vacilar, al parque, el tetra brick de las narices. Y para completarlo, cuando lo vas a poner en el microondas, como ves doble y no puedes enfocar bien, la taza choca con el platito y la mitad se vacía dejando el microondas perdido de leche. Pero, por supuesto, eso tampoco lo vas a limpiar. A mi nadie me torea, eso lo tengo muy claro. Y desayunando tu medio vaso de leche, te empotras alegremente una galleta por el cachete porque así de aguda te has levantado, y metes con una precisión asombrosa, la cuchara en tu ojo, a punto de estirpártelo.Como una amiga mía que en una ocasión, decidió alimentar su pómulo derecho con una rica tarta de chocolate del Vips; aunque en su defensa he de decir que llevaba tres días celebrando su cumpleaños y sus sentidos estaban aletargados y prácticamente estaba quedándose dormida en la mesa.

En cualquier caso, lo mejor que puedes hacer es lavarte la cara, con la vaga esperanza de arreglar en algo el día tan abominable que llevas aunque solo son las siete de la mañana. Pero como la suerte te acompaña, el grifo del baño se acaba de romper, en exclusiva para tí, y el agua (helada) sale disparada en todas las direcciones, sobre todo hacia lo que sería tu persona. Y cuando, dos minutos más tarde, reaccionas y cierras el grifo a toda prisa, resulta que te has salpicado de agua hasta por la espalda. Te miras en el espejo, miras tu cuerpo, mojada y chorreando y vuelves a mirarte en el espejo. Y entonces, te gruñes como un perro. A lo mejor realmente creemos que, como los perros, podemos sacudirnos y secarnos en un periquete. Pero, aparte de una cara de cabreada horrenda, sigues igual de mojada que antes.

Te vas a vestir y con la tontería ya has perdido casi veinte minutos. El tiempo apremia y solo te faltan los zapatos, pero necesitas antes unos calcetines. Busca, rebusca, vacía tu cajón de los calcetines, pero no te canses demasiado porque te puedo asegurar que no encontrarás dos calcetines iguales. No te caerá esa breva. Así que, te toca ponerte ese de Lisa Simpson rosa y rojo y ese otro que tiene unos cohetes y unas estrellas. Un resultado que ni pintado. Que solo faltaba que fuese uno de esos días que nuestras madres nos han vaticinado desde que existimos. El día en que te ocurrirá algo en la calle y te llevarán al hospital y por lo que quiera que sea, te quitarán los zapatos. Y allí estará Lisa sonriente y los cohetes despegando solo para convencer a los médicos de que no se puede hacer nada más por tí. Es mejor sacrificarte.

Para rematar, el ascensor no funciona. Toca bajar los ocho pisos por las escaleras, corriendo y haciendo un escándalo tremendo, tú y tus calcetines combinados. El coche no arranca y resulta que un imbécil ha pegado su coche tanto al tuyo que parecen hermanos siameses unidos por las puertas. No consigues sacar el coche sin dejarle una bonita línea a lo largo de las dos puertas, para contemplar, presa del desconcierto, que el coche del imbécil no tiene ni un mísero rayón. Golpes y puñetazos al volante, que no tiene culpa de nada. Me salto lo de los atascos y los semáforos en rojo porque no hace falta que sea lunes para que se den estas circustancias.

Y cuando, contra todo pronóstico, llegas al trabajo casi puntual (cuarenta minutos tarde), sabes que solo hay una cosa que puede ayudarte a espabilar del todo y deshacerte de esa sensación de aplatanamiento y despertar de una vez de esa pesadilla: litros y litros de café, espeso, cargado, negro y con mucho azúcar. Sin saludar a nadie y gruñendo a todo el que te encuentras por el camino, te lanzas desbocado hacia la máquina de café. ¿Para qué? Para darte de narices con el enorme cartel que reza, bien clarito: "Averiado". Se te adueñan todos los males del mundo y cualquier insulto es insuficiente. Y entonces llega la mema de la oficina, una plasta bajita y cotilla, que te dice: "Está averiada". La matarías, pero ya tiene suficiente con su propia existencia.


Kendra.


Mi recomendación del día: Las redes sociales están muy bien, siempre y cuando no olvidemos en ningún momento, que no son sustituos de la vida social en sí mísma, sino un complemento. No te dejes atrapar o te verás inmerso en una red de granjas virtuales y animalitos que tendrás que alimentar cada día o se te morirán y encima te cabrearás porque te daban la leche para vender helado en la tienda de comestibles. No te dejes engañar, por salud. ¡A socializarse bien!

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sé como puedes seguir superandote, jajaja! Qué bueno por Dios! Ese lunes lo tengo yo casi casi todas las semanas, porque hay algunos incluso peores, jajaja!

Gracias por hacerme reir de mi propia desgracia...el humor es la mejor opción para poder sobrevivir sin volverte loco.

Continúa así! Suerte!