miércoles, 16 de marzo de 2011

Todos en Fila

Hola a todos!

¡Por fin se acabaron los carnavales! No me malinterpretes por favor, pero si tengo que volver a hacer cola para hacer pis, el año que viene me voy a tener que disfrazar de enferma de riñón o algo así. Reconozco que son mis fiestas favoritas de todo el año, pero si se oragnizaran un poco mejor serían perfectas. Y lo peor de todo es que no se soluciona nada con el fin de los carnavales, porque el próximo fin de semana volveré a salir y me encontraré de nuevo esas odiosas colas en cualquier discoteca. ¿Por qué?  Las mujeres estamos condenadas a hacer colas interminables mientras que del baño de chicos entran y salen continuamente. Una de dos: o hay muy pocos tíos (lo cual es muy probable) o ellos tienen una vejiga del tamaño de Rusia. Y claro, nosotras, con nuestras vejigas diminutas tenemos que aguantar de pie sonriéndonos unas a otras con compasión. Eso sí, sales de allí con un millón de amigas nuevas. La misma que diez minutos antes empujaste descaradamente cuando pasaste a su lado y ni siquiera le pediste perdón, más tarde se convierte en tu mejor amiga y puede que incluso compartas tu maquillaje con ella. En otras palabras: hacerse pis, hace amigas.

Yo siento una especial aversión a las colas en la carretera, la caravana común y corriente. ¡Qué cosas tan horribles estás obligado a ver! Como si no fuera suficiente castigo poner el broche final de tus vacaciones pasando tres horas enfrascado en medio de un atasco, con un calor sofocante y el recuerdo de esos bellos días bajo el sol evaporándose entre el humo de los coches. Encima, tienes que soportar todo tipo de espectáculos. Como ese señor al que llevas veinte minutos viéndole el careto y que en un momento dado, sin previo aviso, comienza a escarbarse la nariz en busca del moco perdido. Y al parecer, no se lo está poniendo fácil, porque ese señor busca y busca como si no hubiera un mañana. A veces bajaría la ventanilla y les gritaría: "¿Necesita ayuda, señor? Creo que tengo un pico y una pala en el portabultos; cuatro manos hacen más que dos".

Por no hablar de ese cangrejo humano, que conduce rígido y con la espalda ligeramente separada del asiento y tiene una línea blanca en la frente de dos dedos de grosor con la que nos está indicando que ha sido el orgulloso propietario de una antiestética gorra de propaganda. Ése que, aunque nadie lo diría está manteniendo una animada conversación o incluso una discusión sin que sus rasgos faciales se alteren lo más mínimo, cortesía de un finísimo bronceado que le ha otorgado una delgada capa de acartonamiento y ese aspecto de piel de lagarto que parece que si lo tocas, estallará como una pompita de jabón.

El mejor de todos es ése que después de dos horas y media de caravana, se le ha aparecido toda la corte celestial en el asiento trasero de su coche y le ha confiado el secreto del universo que hará que los coches se dispersen como en el milagro de la separación de las aguas. Y allí él, cual Moisés, alza su vara a las orillas del Mar Rojo y con la tranquilidad y la seguridad del que tiene la certeza absoluta de la verdad en sus manos... toca la pita. ¡Claro que sí! A nadie se le había ocurrido antes que a tí, si lo hubiésemos sabido antes, podríamos haber salido de este embotellamiento hace días. Gracias.

Pero yo, que soy una humilde conductora, me limito a subir el volumen de mi radio y me dejo llevar por los acordes de mi canción preferida, cantando hasta rozar los límites del grito desquiciado. Y me miran sí, pero los agujeros de mi nariz no superan las medidas estándar aprobadas por la sociedad; y me miran sí, pero mi bronceado tiene el color que tienen que tener todos los bronceados: marrón. O algo que se le parezca, pero en líneas generales, siempre dentro de esa tonalidad. Nada de rojos ni naranjas, no. Marrón dorado. Y me miran sí, pero sé que es mi destino pasar las siguientes tres horas de mi vida en el coche atascada en una caravana de miles de kilómetros y sé además, que nada de lo que haga o diga va a cambiar esta situación.

Pero el colmo de las colas es la de esperar para pagar. ¡Habráse visto! Debería haber colas de dependientas esperando para ser las afortunadas elegidas para cobrarme y no al revés. O para ir al médico. Pero qué tontería. Si voy al médico es porque estoy enferma y en casa no voy a curarme por arte de magia. Si quisiera pasar la tarde rodeada de gritos y señoras mayores que hablan como cotorras y cotillean como marujas de patio, me quedaría en casa viendo Sálvame.

Pero ya se sabe: la vida es de los valientes que se ponen en cola y tienen el valor de aguantar hasta el final. Y yo solo soy valiente si tengo mi música para evadirme y dejar de ver cosas horribles y abominables. Ya maduraré.

Kendra.

Mi recomendación del día: Si estás interesado en aprender idiomas, te recomiendo el francés o el italiano. Basta con que hables español y pronuncies las erres francesas y estés muy serio todo el día y utilices expresiones como "Oh, la, la" o "Et voilà" en el caso del francés o que hables español acabando todas las palabras en "i" y que utilices todos los nombres de pasta que te sepas, como "macarroni" o "caneloni". ¡Oh, la, la, tortelini!

2 comentarios:

kiara dijo...

jaajajajja esta entrada me gustó mucho. La vara de moises.Las dependientas en fila.Y el idioma italiano molto benne! jajaja Me encantó sigueme iluminando con tu sabiduria querida Kendra, nosotros seguiremos leyendo las anécdotas que nos cuentas con detenimiento.Un fuerte abrazo. Tu incondicional seguidora.
Kiara.

MW Company dijo...

A tefaltaunaluna le gusta esto.
Creo que Kiara a dicho todo lo que había que decir. Un abrazo chiquilla y sigue así, que la verdad que vale la pena y te ríes de paso.