jueves, 17 de marzo de 2011

Desastres

Hola a todos!

Estoy deseando llegar al cielo para conocer a unas cuantas personas. Pero sobre todo, a ese tal Murphy. ¿Alguien sabe quién es exactamente? Porque a mí al menos no me ha pasado desapercibido el hecho de que sea el tipo más odiado del universo y, a la vez, el más anónimo. ¿Que era un ingeniero de desarrollo que jugaba con cohetes? Pues a mí con eso no me dices nada. Que de la cara, que se la queremos ver todos.
Nos ha hecho la vida imposible y gracias a él, ahora un martes trece se pueda dar cualquier día de la semana y cualquier día del mes. Un genio, vamos.

A ver que culpa tengo yo de los problemas psicológicos de ese señor. El mayor castigo que puedo recibir es pasarme cuatro días esperando ESA llamada, para recibirla justo cuando solo me queda una rayita de batería y, no hace sino sonar, (en lo que a Lady Gaga le da tiempo de decir "Gaga oh la la") y escuchas ese agradable pi pi pi, que en lenguaje coloquial quiere decir "te aguantas por no ponerme a cargar antes". Si lo hubiese sabido, en lugar de pasarme cuatro días llevándome el móvil al baño y metiéndolo dentro de una funda plástica para poder bañarme con él, habría empleado ese tiempo en tenerlo enchufado y mantener la batería en plena forma. Pero claro, gracias a ese señor, la llamada pasó de ser esperada a ser no deseada.


Ahí no acaba todo, porque seguramente, en el otro hemisferio, una chica ha tenido un día redondo y perfecto. Ese día, precisamente el día de esa cita tan importante (ya te puedes imaginar con quién), no adivinas quién se despierta conmigo. ¡Sí! ¡El grano! "Buenos días señor grano, me alegro de verle. Ahora estoy ocupada, ¿podría pasarse la semana que viene?" Porque no esperes que sea tan diminuto que el ojo humano no pueda apreciarlo, no, de eso nada. Será tan grande como Brasil y podrás verlo incluso de perfil. Tan grande que una camara con detector de caras lo reconocería.

Y aún así, cuando me esté bañando y comenzar mi proceso acicalamiento para mi cita, se acabará el agua caliente en el preciso instante en que me acabo de enjabonar el pelo. ¡Qué desgracia! Si al menos me hubiese pasado cuando tenía la mascarilla, por una vez habría cumplido los tres minutos interminables de rigor que debo llevarlo puesto para que haga su efecto alisador y repare mis puntas y fortalezca mis raíces correctamente. Pero no. El agua se acabó justo cuando tenía jabón y no me queda otra que buscar a tientas una toalla, tirando de paso botes de champú y desodorantes y perfumes varios, para poder quitarme la espuma que tengo en los ojos y que me escuece tanto que probablemente mis retinas se han derretido como una bola de helado abandonada sobre el asfalto. Y después, sesión intensiva de frota que te frota hasta que te salga sangre para amortizar el tiempo hasta que vuelve a haber agua caliente.


¿Y luego? Fácil y sencillo. Con la vaga esperanza de contrarrestar el efecto atrayente que todo grano posee, decido ir a la peluquería. Porque soy tan ilusa que creo que si consigo desviar la atención lo suficiente de mi frente/cachete/barbilla con un peinado moderno y orginal, el forúnculo puede pasar desapercibido. Y después de pagar más de la mitad de mi sueldo a una peluquera con poco gusto y un concepto de la modernidad basado en los años setenta, salgo de ese infierno, orgullosa al menos de mis mechas recién hechas y de mi pelo liso y sedoso. ¿Y quién me espera fuera? Por supuesto: Noé con su arca y todos los animalillos haciéndome señas para que me suba con ellos si no quiero ser arrastrada por el diluvio que está cayendo. Y adiós a la sedosidad de mi cabello y al aspecto brillante de mis mechas. En un segundo, el trabajo de un mes se disuelve bajo las alcantarillas.


Sin perder la esperanza aún, más por orgullo que por amor propio, decido no cancelar la cita. Al fin y al cabo he llenado mi cupo de desgracias por ese día. Y ahí están los dioses humoristas con la última palabra. Cortesía del señor Murphy, tengo la suerte de encontrar uno trás otro, todos los semáforos en rojo. Que sumado a lo que he tardado en arreglarme el peinado yo misma para dejármelo hecho unos zorros y untarme capas y capas de maquillaje a mí y a mi nuevo amigo, el resultado es que llego, sí, dos horas después de la hora acordada.


Y para cuando ya estoy allí, en mi cita importante, he pillado tal catarro que mi nariz está roja y congestionada y las velas se disputan su caída más veloz para rebosarse por toda mi cara. Contenta de estar ahí al fin, saludo como buenamente puedo con un nasal: "Nola, ¿cobo estás?"

Kendra.


Mi recomendación del día: No te dejes llevar nunca por las apariencias. Deja que tu insitinto se encargue de todo. Si una vocecilla te dice que ese tipo vestido a la moda, elegante y moderno, es un imbécil profesional, hazle caso. No fallarás. Y si esa vocecilla te dice que esa chica tan mona y delgada es tan tonta que no sabría ni darte la hora, de nuevo, créele. Hay cosas que, simplemente, saltan a la vista. ¡Que aciertes mucho!
   

2 comentarios:

kiara dijo...

Sabes que soy la creyente numero 1 la ley de Murphy,jajaja.
Y no es para menos , cada día me lo demuestra. Si algo puede salir mal, saldrá mal. jajajaja.Me he reido muchisimo ,me encanta.
Todos los dias anhelo la llegada de la noche para leerte.
No nos abandones Kendra.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Jajaja!La famosa LEY DE MURPHY!!!!!Quién diga que no le ha pasado alguna situación parecida miente!Qué bueno...Me encantó la entrada, casi muero entre carcajadas!! Continúa así!! ;)

Mana