sábado, 12 de marzo de 2011

Al volante

Hola a todos!

Hará cosa de un par de meses acompañé a una amiga en una de sus prácticas de conducir. ¡Qué pesadilla! Si yo hubiese sido ella, habría estrangulado con mis propias manos a ese señor, al que ella insistía en llamar profesor. Que manera de dar órdenes, de gritar, de imponer su voluntad. Si a ella le apetecía girar a la derecha aunque hubiese una señal de prohibido como una catedral, ¡déjala a la criatura! No era necesario gritar de esa manera, ni tanto bocinazo, y mucho menos todo el alboroto que se montó cuando se colapsaron los cuatro carriles de la autopista. No era para tanto, lo sé yo que estaba allí.

Yo ya sabía que mi amiga aún confundía algunas señales, algo que le ocurre al más experimentado conductor. Una falta leve de tercer (o incluso cuarto) grado, lo llamaría yo. Pues como se puso ese hombre, qué barbaridad. En mi vida había escuchado tal cantidad de improperios y despropósitos. Si la probre muchacha, nerviosa y confundida por culpa del profesor principalmente, se clavaba en seco en los ceda el paso y despachaba los stop como a los pantalones de campana, no me parecía a mí que hubiese necesidad de armar aquel jaleo. Bocinazos, gritos e incluso insultos. Hubiese invitado a ese hombre a una tila calentita si no hubiese estado tan ocupado pisando el freno con ímpetu todo el tiempo.
En un momento dado incluso le pedí que pusiera un poco de música y me fulminó con la mirada de tal manera que estuve a punto de fundirme con la tela del sillón. Estaba empezando a darme verdadero terror.

Y llegó el momento de aparcar. Estuve a punto de postrarme de agradecimiento porque aquella pesadilla fuera a acabar pronto. Pero ni aún así dejó de ser cruel y malcriado. Después de una maniobra con mucha técnica y maestría, el hombre se bajó del coche y se acercó por el lado del conductor y comenzó a hacer aspavientos y a chillar aunque no pude entender casi nada porque las ventanillas estaban subidas; pero dijo algo sobre acercar la acera al coche y que si se suponía que debía hacerlo él, o algo así. No estoy segura, porque a esas alturas nos habíamos puesto a hablar de lo que nos íbamos a poner esa noche para salir.

Está claro que no todos conducimos igual, pero que sabemos hacerlo es algo incuestionable. Cada uno a su manera, como debe ser. Igual que tenemos diferentes caligrafías o distintos gustos a la hora de vestir, no quiere decir que no lo sepamos hacer, ¿no? Aunque tu letra sea un montón de basura ininteligible o mezcles rayas con cuadros, nadie puede criticarte por eso. Bueno, en realidad sí. Basta que salga una loca a la calle con un cubre-hombros para que nos pasemos tres días criticándola. Pero no me refiero a cosas tan importantes, ya sabes que quiero decir.

De lo que realmente estoy a favor es de cantar en el coche. Creo que se está perdiendo un poco esta vieja costumbre y no debemos permitirlo. La emoción, el éxtasis, los gallos... Es un profundo sentimiento que surge en ese maravilloso instante en que suena por la radio "esa canción". Es tu oportunidad, tu momento de gloria. Y lo das todo sin pensar en las consecuencias ni en toda la gente que te está mirando desde los otros coches. Por un momento incluso crees que cantas tan bien que ni el oído más agudo podría distinguir tu voz de la del cantante. ¡Cuánto talento! Supongo que se sobrevalora demasiado el cantar en la ducha, cuando lo que realmente apasiona y entusiasma es cantar mientras conducimos.

Ahora me dirás que nunca has escuchado una canción y has dicho: "Pasámela para ponerla en el coche". O que no tienes un cd por ahí que se llama "Musiquita guapa pa´l coche". Y eso solo es una simple y pobre excusa para cantar apasionadamente cuando nadie nos ve, o al menos eso esperamos. A mi hermana la han pillado muchas veces, pero como da más vergüenza parar que continuar cantando, ella sigue a lo suyo aunque haya un grupo de niños de trece años señalándola y riendo a carcajadas y montando un espectáculo delante del coche.

Es como cantar en los conciertos. Yo fui una vez a uno y me tocó justo delante de la fan histérica. Razón por la cual nunca he vuelto a ir a otro. Pensé que me quedaba sorda y que nunca volvería a recordar los sonidos. Gritaba de tal manera que mi único consuelo era pensar que si yo que me quedaba sorda, ella se quedaría muda. Vociferaba solo para mí, en exclusiva. Su boca quedaba justo a la altura de mi oreja izquierda y durante dos horas y media la escuché en vivo y en directo; sobre todo en vivo. Así que, pasé aquella agradable tarde asistiendo al concierto privado de aquella completa desconocida. No pude escuchar ni una sola vez la voz del cantante, porque además, cuando hablaba, la chica se ponía a gritar como una loca y no me enteraba de nada. Eran alaridos histéricos, como una mujer de parto o un cerdo en el matadero. Aún así, yo tuve que mantener el entusiasmo y no borrar la sonrisa de mi cara porque había ido con un chico que me gustaba mucho y era el concierto de su grupo favorito. Si no hubiese contenido tan perfectamente las caras de asco y las arcadas y si no me hubiese controlado con una fuerza estoica para no darle un bofetón a aquella niñata, probablemente nunca lo habría vuelto a ver.
Claro que ahora me hubiese gustado hacerlo. Son cosas que pasan.

Kendra.

Mi recomendación del día: Si te interesa y te gusta, lee todo lo que puedas de Nicholas Sparks. Simplemente te enamorará. Y si no tienes tiempo para leer, puedes ver sus pelis porque ha escrito libros tan buenos que se merecían una película. Aunque creo que si tienes tiempo para ver películas pero no para leer, algo falla. Medita sobre eso. ¡Que lo leas bien!

1 comentario:

MW Company dijo...

Una entrada que vale mucho la pena pararse a leer, ya que tarde o temprano a todos nos ha pasado algo así. Desde nuestro blog www.tefaltaunaluna.blogspot.com te apoyamos a que sigas así, y animamos animamos a la gente a que entre y pasen un buen rato.