miércoles, 30 de marzo de 2011

Alegrías del Vivir

Hola a todos!

Hoy me he llevado una alegría tremenda. He hecho un descubrimiento grandioso, monumental, inmenso, espectacular. Grande, vamos. Resulta que tengo tres nuevos amigos y resulta, además (esto es lo mejor de todo), que están tan pirados como yo. Sé que te cuesta creerlo, pero es cierto. Al principio sospeché un poco y desconfié de la naturaleza de tanta imbecilidad. Pero era real. Muy real. Sólo puede haber una fuerza celestial detrás de tanta mala suerte y locura desmesurada. Y ahora me siento mucho mejor, más relajada, más comprendida. El sol brilla con más intensidad, el césped es más verde de lo normal, el aire se respira más puro y todas esas chorradas que se te hacen obvias cuando eres feliz.


Porque mira que nos vuelve estúpidos la felicidad. Para empezar es un sentimiento indescriptible que identificas cuando un escalofrío comienza a recorrerte desde la punta de los dedos de los pies hasta la última raíz de tu pelo más rebelde. O, como en mi caso, te da por vomitar de pura emoción. Y entonces ves el mundo con otros ojos; ahora todo es más bonito, porque simplemente, tu paisaje interior se refleja en el paisaje exterior. ¡Es maravilloso! Las personas son más amables, los pantalones vaqueros ya no te parecen tan caros, tus ojeras te dan un toque interesante y sensual. Vamos, que te vuelves majara perdido, como cuando te enamoras, pero peor. Porque el amor viene y se va y, en cualquier caso, tiene un destinatario concreto al que dirigir toda tu dicha. Pero la felicidad, esa compañera engañosa, puede venir disfrazada de cualquier manera. Aprobaste el examen de conducir, te entró la falda del verano pasado, descubriste que la nueva novia de tu ex es un orco y esas cosas. Hay mil motivos para ser feliz, para sentir esa sensación abrumadora de éxtasis que te hace parecer retrasado mental.

Dejas de estar abatido todo el día, deprimido y preguntándote qué es la felicidad y qué se siente cuando eres feliz. Ya no te detestas cuando te ves en el espejo, ya no te sientes como una foca sebosa, desparece esa sensación de inadaptación, de sobrante. Nada de eso. Incluso te desconcierta la sola idea de haber creído tales cosas. En un estado de felicidad absoluto, no tienen sentido esos pensamientos autodestructivos tan trillados en el día a día. Muy al contrario, ahora te sientes bella y delicada cual flor recién nacida. Ahora eres una sílfide, una diosa, una criatura única y especial, digna de amor y cariño.


A ti te resbala que la gente te empuje y te insulte cuando camines por la calle, sonriendo y saludando a todo el mundo, compartiendo tu estado de ánimo, contagiándolo al resto de la humanidad. Porque ahora todo te parece bello: los feos, los guapos, los imbéciles. Nada puede minar tu alegría. Ni siquiera ese taxista que te lleva por el camino largo para cobrarte más porque de todas maneras, pensabas donar tus ahorros a los pobres, ya tú eres demasiado feliz; ni que se te haya acabado la loción hidratante, porque ahora tu piel desprende un aroma natural a canela y espliego; ni siquiera esa chica que se sienta enfrente de tí en la cafetería, que se parece a Mª José Campanario, la pobre. ¡Nada!


Pues el caso es que hoy, cuando volvía a casa desde Barcelona (fui a ver a unos amigos que están estudiando allí y me habían invitado, no a ir a la bibloteca a estudiar con ellos, no, sino a salir de fiesta durante cuatros días seguidos. Y claro, no pude decirles que no). Yo estaba en esa odiosa cola (una de las muchas que tienes que hacer en el aeropuerto), esperando para que revisaran por enésima vez mi tarjeta de embarque y me dejaran subir al avión. Te puedes imaginar la resaca que tenía. Estaba hecha polvo y solo tenía ganas de dormir durante una semana. Y entonces escucho una conversación a mis espaldas, que, no sé por qué, logró captar mi atención. Quizá fuese el hecho de que se estuviesen planteando cuestiones realmente interesantes, como "Tío, si tú vas al baño en el avión y tiras de la cadena, ¿a dónde va todo el emboste?" o "¿Y si se atasca?". Luego empezaron a ser cada vez más gráficos como si no fuese suficiente estar hablando de esos temas a esas horas de la mañana. Y cuando ya me estaba empezando a marear y a sentir náuseas por una descripción especialmente entusiasta sobre el proceso de desechos cayendo al vacío y tocando tierra, me giré burscamente y les miré con los ojos entrecerrados. Dejaron de hablar al instante y les dí las gracias, ya empezaba a sentirme mejor. Pero esas carillas de asustados y avergonzados, me habían ganado. Pobrecillos, no tienen otra cosa que hacer. Seguro que jamás han tenido novia estos pobres desgraciados. Así que me apiadé de ellos y tuve el detalle de tratarlos como si fueran personas humanas. Ellos, claro, no daban crédito. Pero, regalándoles el placer de mi compañía durante el vuelo, acabamos haciéndonos amigos del alma y llevamos todo el día quemando la BlackBerry.

Y eso que cuando los conocí (a cual más repugnante) jamás pensé que acabaría echándoles de menos. Pero tengamos en cuenta que llevaba cuatro días de fiesta y mis niveles de felicidad rebozaban los límites establecidos. Y, aunque deteste reconocerlo, lograron aumentar aún más mi alegría cuando descubrí que los dioses que les habían tocado a ellos eran incluso más burleteros y crueles que los míos y eso, francamente, no era fácil de conseguir.


Kendra.


Mi recomendación del día: Yo siempre había querido ser invisible, hasta que me di cuenta de que si era invisible, podría hacer muchas maldades y reírme mucho pero nadie sabría que las había hecho yo y eso no tenía ningún mérito. Por lo que te aconsejo que si aspiras a algún super-poder, te inclines más por cuestiones de velocidad o fuerza física y esas cosas. Porque al menos, podrás alardear y los demás te creerán si pueden verlo con sus propios ojos. ¡Que elijas bien!

lunes, 28 de marzo de 2011

Para Empezar Bien La Semana

Hola a todos!

 ¡Qué asco de lunes! Un día de pena, eso es lo que he tenido yo hoy. Pero no creas que me ha sucedido algo terrible y espantoso, no, es que es lunes. ¿Qué más quieres? Siempre me propongo no levantarme de la cama los lunes, pero siempre está mi padre ahí que entra silbando y dichararero como si fuera sábado a las seis de la tarde y abre persianas y ventanas para que vea el día tan bonito que hace. Como si a mi me importara eso. La cama está calentita y acogedora y no tengo ninguna intención de salir a esas horas de la madrugada, como siempre le digo. Y todavía tiene la desfachatez de decirme que me paso el día durmiendo. A veces también utiliza otra de sus tácticas preferidas, que no es otra cosa que gritar: "¡Venga, arriba todo el mundo que son las doce del día ya!". Y claro, yo a veces me lo creo y salto de la cama como si fuera el payaso de una de esas cajas de broma y me pongo en marcha porque me estoy perdiendo la novela. Y resulta que cuando llego a la cocina el reloj ni siquera marca las ocho y media de la mañana. Lo peor de todo es que él se divierte con estas cosas.

Pero los lunes son un tema aparte. Una desgracia que ha caído sobre toda la humanidad para pagar por nuestros pecados. Hasta donde yo sé, los días laborables están básicamente diseñados para recuperarse de las juergas del fin de semana y no al revés, como piensan algunos chalados que hay por ahí. Hay que estar muy mal de la cabeza para tener esa mentalidad, la verdad. Los lunes no son más que días de calamadides y no me digas que no. Es como levantarse con el pie izquierdo, nada de lo que hagas ese día te saldrá bien. Para empezar, el despertador o no suena o no lo oyes (varía según las versiones), con lo cual tu humor es de perros y te lanzarías al cuello de todo el que se atreva a mirarte.

Luego está lo del desayuno. Un lunes esas cosas nunca salen bien, porque por lo general, existen aún algunos átomos de alcohol en tu sangre que te hacen actuar como un sonámbulo. La leche nunca va directamente desde el bote a la taza, eso es por norma general. Siempre hay un chorro que sale disparado y lo pringa todo y como tu puntería brilla por su ausencia, la mitad cae por fuera y la otra mitad se desparrama por toda la mesa y tú te dices cabreada que no lo piensas limpiar. A vacilar, al parque, el tetra brick de las narices. Y para completarlo, cuando lo vas a poner en el microondas, como ves doble y no puedes enfocar bien, la taza choca con el platito y la mitad se vacía dejando el microondas perdido de leche. Pero, por supuesto, eso tampoco lo vas a limpiar. A mi nadie me torea, eso lo tengo muy claro. Y desayunando tu medio vaso de leche, te empotras alegremente una galleta por el cachete porque así de aguda te has levantado, y metes con una precisión asombrosa, la cuchara en tu ojo, a punto de estirpártelo.Como una amiga mía que en una ocasión, decidió alimentar su pómulo derecho con una rica tarta de chocolate del Vips; aunque en su defensa he de decir que llevaba tres días celebrando su cumpleaños y sus sentidos estaban aletargados y prácticamente estaba quedándose dormida en la mesa.

En cualquier caso, lo mejor que puedes hacer es lavarte la cara, con la vaga esperanza de arreglar en algo el día tan abominable que llevas aunque solo son las siete de la mañana. Pero como la suerte te acompaña, el grifo del baño se acaba de romper, en exclusiva para tí, y el agua (helada) sale disparada en todas las direcciones, sobre todo hacia lo que sería tu persona. Y cuando, dos minutos más tarde, reaccionas y cierras el grifo a toda prisa, resulta que te has salpicado de agua hasta por la espalda. Te miras en el espejo, miras tu cuerpo, mojada y chorreando y vuelves a mirarte en el espejo. Y entonces, te gruñes como un perro. A lo mejor realmente creemos que, como los perros, podemos sacudirnos y secarnos en un periquete. Pero, aparte de una cara de cabreada horrenda, sigues igual de mojada que antes.

Te vas a vestir y con la tontería ya has perdido casi veinte minutos. El tiempo apremia y solo te faltan los zapatos, pero necesitas antes unos calcetines. Busca, rebusca, vacía tu cajón de los calcetines, pero no te canses demasiado porque te puedo asegurar que no encontrarás dos calcetines iguales. No te caerá esa breva. Así que, te toca ponerte ese de Lisa Simpson rosa y rojo y ese otro que tiene unos cohetes y unas estrellas. Un resultado que ni pintado. Que solo faltaba que fuese uno de esos días que nuestras madres nos han vaticinado desde que existimos. El día en que te ocurrirá algo en la calle y te llevarán al hospital y por lo que quiera que sea, te quitarán los zapatos. Y allí estará Lisa sonriente y los cohetes despegando solo para convencer a los médicos de que no se puede hacer nada más por tí. Es mejor sacrificarte.

Para rematar, el ascensor no funciona. Toca bajar los ocho pisos por las escaleras, corriendo y haciendo un escándalo tremendo, tú y tus calcetines combinados. El coche no arranca y resulta que un imbécil ha pegado su coche tanto al tuyo que parecen hermanos siameses unidos por las puertas. No consigues sacar el coche sin dejarle una bonita línea a lo largo de las dos puertas, para contemplar, presa del desconcierto, que el coche del imbécil no tiene ni un mísero rayón. Golpes y puñetazos al volante, que no tiene culpa de nada. Me salto lo de los atascos y los semáforos en rojo porque no hace falta que sea lunes para que se den estas circustancias.

Y cuando, contra todo pronóstico, llegas al trabajo casi puntual (cuarenta minutos tarde), sabes que solo hay una cosa que puede ayudarte a espabilar del todo y deshacerte de esa sensación de aplatanamiento y despertar de una vez de esa pesadilla: litros y litros de café, espeso, cargado, negro y con mucho azúcar. Sin saludar a nadie y gruñendo a todo el que te encuentras por el camino, te lanzas desbocado hacia la máquina de café. ¿Para qué? Para darte de narices con el enorme cartel que reza, bien clarito: "Averiado". Se te adueñan todos los males del mundo y cualquier insulto es insuficiente. Y entonces llega la mema de la oficina, una plasta bajita y cotilla, que te dice: "Está averiada". La matarías, pero ya tiene suficiente con su propia existencia.


Kendra.


Mi recomendación del día: Las redes sociales están muy bien, siempre y cuando no olvidemos en ningún momento, que no son sustituos de la vida social en sí mísma, sino un complemento. No te dejes atrapar o te verás inmerso en una red de granjas virtuales y animalitos que tendrás que alimentar cada día o se te morirán y encima te cabrearás porque te daban la leche para vender helado en la tienda de comestibles. No te dejes engañar, por salud. ¡A socializarse bien!

domingo, 27 de marzo de 2011

Esos Encuentros ¿Afortunados?

Hola a todos!

Siempre me han parecido, cuanto menos, inquietantes, esas breves amistades que se forjan en los lugares más inesperados. (Me acabo de parecer a Iker Jiménez, pero tú ni caso). Y resulta que hay unas normas. Uno no puede hacerse amigo de nadie en la caja del supermercado o en un asadero de pollos. Existen unos lugares homologados para que tengan lugar estos encuentros inolvidables. A mi me encantan, que quede claro, pero son raros, ¿no?

Yo una vez conocí a una chica en la guagua. Fue una mala época, porque cada día conocía a alguien diferente y eso no es normal. La chica se llamaba Sara y nunca la olvidaré. Durante veinticinco minutos fuimos las mejores amigas del mundo. Inlcuso nos dimos los teléfonos y eso no está permitido, pero habíamos conectado. Hablamos de todo: de chicos, de ropa y de maquillaje. Fue muy bonito. Nunca más supe de ella. Pero no importaba, porque al día siguiente, entablé conversación con un chico que llevaba una bolsa de deporte y vestía un equipaje de fútbol y me pareció apropiado preguntarle en qué equipo jugaba. Y al final resultó que hasta teníamos amigos comunes.

Pero las mejores sin duda, son las señoras mayores. Que se te sientan al lado y empiezan a suspirar, cada vez más fuerte hasta que no te queda otro remedio que quitarte los cascos del ipod o colgar el teléfono porque esa señora ya ha logrado su objetivo: captar tu atención. Entonces le miras y le sonríes, rogándole que no te dé conversación. Pero no hay nada que las pare, son inmunes a los mensajes telepáticos que tú les envías suplicando clemencia. Y empiezan a hablar de nietos, de escaleras, de prótesis de cadera y del tiempo. Y a ti no te queda más remedio que asentir y sonreír todo el tiempo porque a ti nadie te ha pedido opinión, solo estás ahí para escuchar. Aunque lo único en lo que puedes pensar en esos momentos de tortura es en que se baje antes que tú, y pronto. Pero entonces te dice que se baja al final del trayecto porque va a casa de su hijo que hace un año que se divorció y trabaja mucho y ella tiene que llevar a sus nietos a kárate porque él, el pobre, no tiene tiempo. Lo peor de todo es que acabas tomándole aprecio y al final te da pena despedirte. Es un lazo muy fuerte que cuesta horrores romper.

¿Y qué me dices de esos breves pero intensos romances vividos en un transporte público? Las agencias matrimoniales y todas esas páginas webs que se dedican a unir desconocidos entre sí para que descubran el amor verdadero, no tienen nada que hacer porque no conocen el verdadero secreto. Lo que más une a dos personas es el transporte público. Sin lugar a dudas. Todo empieza con miraditas, huidizas y tímidas, que se van convirtiendo en verdaderos mensajes apasionados. Si tú me preguntaras ahora cuántas relaciones he tenido, me llevaría un buen rato sacar el cálculo, porque de este tipo de romances yo he tenido muchos. Hubo uno que me marcó especialmente. Fue en la guagua (por supuesto) y cuando le ví entrar, supe, simplemente lo supe, que era el hombre de mi vida. Alto, moreno, ojos claros. Mi hombre perfecto. Y se sentó enfrente de mí. Estaba claro que el universo jugaba a mi favor, aquello era una señal. Me rozó la rodilla con su rodilla y me sonrió, disculpándose. Yo también le sonreí, embobada perdida. Y entonces iniciamos el ritual. Miraditas, sonrisas. Él me pilla mirándole y yo tengo que mirar rápidamente la revista que tengo en las manos que resulta que está al revés pero yo debo poner gesto de "uhm, interesante artículo" y entonces le miro de reojo y él está mirándome y mira hacia otro lado con un giro brusco de la cabeza y hace como que mira su móvil y aprieta botones aunque yo puedo ver que el teléfono está bloqueado porque está apagado. Y cosas así, lo típico.

Mi corazón iba a mil por hora, acelerado de pura emoción, bombeando adrenalina sin parar. Y entonces se movió. ¡Me va a decir algo, Dios mío, me va a hablar! Miré a la calle con la intención de hacerme la sorprendida (agradablemente sorprendida) cuando me dijera algo. Pero no. Solo estaba cambiando la postura. Y de nuevo, durante unas milésimas de segundo, nuestras rodillas volvieron a tocarse y sentí un cosquilleo por toda la pierna que hizo que se me subieran los colores. Nos miramos y cruzamos una breve mirada que lo decía todo. Nos amábamos y ante nosotros se dibujaba un futuro con casita con jardín y niños corriendo a nuestro alrededor mientras nosotros nos sonreíamos acaramelados. Con una sola mirada, supe que ambos pensabamos lo mismo. Fue un momento místico, sagrado.

Horrorizada, vi como se acercaba mi parada y me tendría que bajar de un momento a otro. Estaba muy nerviosa, porque había conocido al hombre de mis sueños y en unos minutos tendría que decirle adiós para siempre. Porque esas eran las normas y nosotros lo sabíamos. ¡Y no te vas a creer lo que pasó entonces! Pues resulta que cuando me levanté y me dirigí a la puerta, ¡él se levantó conmigo! Sí, se bajaba en la misma parada que yo, no todo estaba perdido, aún teníamos una oportunidad para ser felices.

Bajé las escaleras y casi tropiezo y bajo los tres escalones de golpe, pero le miré y él me estaba sonriendo, comprensivo. ¡Era perfecto! Entonces apareció mi novio y volví a realidad de golpe. (¿Novio? ¿Que novio? Yo me voy a casar con este desconocido, ¿quién eres tú y por qué me llamas cariño?) Había ido a recogerme para darme una sorpresa, el muy desgraciado. La desilusión y la vergüenza se materializaron a mi alrededor y casi podían palparse. Todo se había ido al garete, mi futuro hecho añicos ante mis ojos. Y créeme que cuando escuché al hombre de mis sueños decir "¡Qué pasa, primo! ¿Cómo va todo?" a mi novio, el suelo tembló bajo mis pies y deseé con todas mis fuerzas que me abdujeran los extraterrestres o me muriera o algo así.

Kendra.

Mi recomendación de día: Si has leído esto y te gustó (y si no también), hoy lo mejor que puedo recomendarte son dos blogs con los que me siento muy indentificada porque algo me dice que sus autores y yo compartimos una manera de ver la vida muy especial. Otros lo llaman tener una piedra del tamaño de Rusia. Aquí te los dejo, espero que te gusten y te hagan reír tanto como a mí: http://haybatallasqueganar.blogspot.com/  y http://tefaltaunaluna.blogspot.com/. ¡Que lo disfrutes!

jueves, 24 de marzo de 2011

Entrevista Incierta

Hola a todos!

Aún recuerdo mi primera entrevista de trabajo como si hubiese sido hoy mismo. Un desastre. Mi padre me obligó a buscar un trabajo si quería seguir con mis excursiones por el mundo porque él no pensaba pagarme ni un solo billete más. Así que, asustada y temerosa, me senté delante del ordenador y redacté mi curriculum. Y cual fue mi sorpresa cuando me di cuenta que aparte de mis datos personales, no tenía nada más que aportar. Pero ni corta ni perezosa, hice lo que haría cualquier persona en mi situación: mentir descaradamente. Para empezar, y ya que había viajado mucho, hice un recuento de países y apunté todos y cada uno de los idiomas de cada uno. Sobra decir que yo del bahasa no tenía ni idea aunque había estado dos veces en Indonesia, pero no le dí la más mínima importancia a ese pequeño detalle. Con todo, la lista era interminable porque me tomé la molestia de incluir dialectos y lenguas muertas. Lo importante era hacer bulto. Y en cuanto a experiencia laboral, había llevado a cabo un astuto plan. A saber, que si incluía trabajos en otros países, no habría forma de demostrarlo y eso sumaba muchos puntos a mi favor. A pesar de que yo lo más parecido que había hecho a trabajar durante mis viajes era hacer la cama del hotel y llenar las botellas del minibar con agua del grifo. Pero algo me decía que no era aconsejable mencionar esto en el curriculum.

Puse de todo. Desde camarera hasta secretaria de una importante compañía de Tombuctú pasando por recepcionista y cajera de supermercado. Todo me parecía poco y como la mentira tiene el mismo efecto que comer chocolate, una vez que empecé ya no podía parar. El resultado final fue un curriculum de cinco folios y una foto preciosa que me había sacado en una playa de Grecia y que había adjuntado al documento a tamaño completo, para que se vieran bien las vistas, y ni una sola sílaba sincera. Así pues, ya estaba lista para subirme al tren laboral. Después de dos semanas de idas y venidas por toda la ciudad, había entregado casi doscientos curriculums (mi padre me pasó la factura de los tóner que había tenido que comprar después de dejar la impresora seca como el desierto del Sáhara) y ya podía sentarme tranquilamente a esperar que sonara el teléfono.

Y aunque no sonó tan pronto como esperaba, cuando lo hizo valió la pena la espera. Una importante empresa internacional me había seleccionado y me citaban dos días después para una primera entrevista. Los dos días se me hicieron pequeños, con la cantidad de preparativos que tenía que llevar a cabo para tan fastuoso acontecimiento. Desde el mismo instante en que colgué el teléfono, empecé a acicalarme. No podía perder ni un segundo. Y cuando llegó el gran día, se podía decir que, simplemente, estaba espléndida. Obligué a mi padre, fiel devoto de la Virgen del Puño Cerrado, a llevarme en coche. Y aunque me costó convencerlo, él sabía perfectamente que le convenía invertir su tiempo y su dinero en la causa. Cuando salimos de casa iba refunfuñando sin parar, pero yo apenas le escuchaba. Y no por orgullo ni soberbia, nada que ver. Es que, literalmente, no podía escucharle porque toda yo era un claqueo constante y escandaloso. Pulseras, collares, uñas postizas, pendientes, cadena del bolso y tacones formaban una acompasada y melódica comparsa carnavalera. Me pareció que la ocasión requería un poco de clase y elegancia y decidí comprarme un traje oscuro de falda recatada pero femenina por la rodilla y una chaqueta entallada de cuello sastre con solapa. Y para remetar, me hice un moño alto. Pensé en comprarme unas gafas para darme un toque intelectual y distinguido, pero no quería abusar de mi suerte. ¡Daba gusto verme! Rezumaba sobriedad por todos los poros de mi piel.

El edificio me acobardó con solo mirarlo. Era altísimo y moderno, todo lleno de grandes cristaleras y mucho hierro. Era como un gigante a punto de devorarme. Y, de hecho, si conseguía el trabajo, así sería. Aunque intenté convencer a mi padre de que me esperara, no tuve suerte esta vez y aún no había puesto un pie en la acera y ya estaba arrancando para huir despavorido. Mientras intentaba recomponerme después de prácticamente salir despedida del coche, me gritó por la ventanilla: "¡Por lo que más quieras, no dejes salir tu verdadero yo!" Estupefacta y desconcertada, me alisé la falda y atravesé las grandes puertas de cristal que se abrieron para mí, dándome la bienvenida. Y ese fue el preciso instante en que todo dejó de ir sobre ruedas.

Me anuncié a una recepcionista que, aunque solo tenía doce años (o al menos era los que aparentaba), se desenvolvía perfectamente. Me llevó a una sala y me pidió que esperara a que me llamaran. ¡Y aquello estaba lleno de gente con carpetas y trajes y maletines! Menuda decepción, yo no tenía carpeta. Pensaba que con mi bolso de Prada era suficiente. Haciendo acopio de valor, saludé con una sonrisa temblorosa y me senté. Ocho horas después se dignaron a llamarme. La sala se había quedado vacía y solo quedábamos tres chicas y nos lanzábamos continuamente miradas de ánimo y hostilidad a partes iguales. Cuando entré en el despacho, lo primero que me llamó la atención fue una estantería de Ikea que yo había visto en un catálogo pocos días antes. Y entonces todo empezó a decaer a un ritmo vertiginoso.

El desagradable señor que tenía enfrente tuvo el descaro de no creerse ni una sola palabra de mi curriculum y no ayudó el hecho de que yo casi balbuceara y tartamudeara para responder a sus preguntas trampa. Y entonces me dijo que le parecía demasiado joven para tener tanta experiencia y que le parecía que no era posible aprender tantos idiomas en tan poco tiempo. "¿Me está llamando mentirosa? ¡Qué descaro!", le espeté furiosa. Mi moño había empezado a oscilar ligeramente hacia un lado y se me habían salido algunos pelos, lo cual me daba un aspecto de chalada que solo reforzó la imagen que aquel estúpido tenía de mí.

No hace falta que te diga que no me dieron el trabajo. Aunque habría tenido alguna posibilidad si antes de salir como alma que lleva el diablo de aquel despacho, no le hubiese robado una botella de coñac carísimo que había en una mesita junto a la puerta y él no hubiese intentado detenerme y confiscarme la botella y en el forcejeo yo no le hubiese tirado el peluquín de la cabeza. Fue una serie de desafortunados incidentes que no hicieron más que empeorar la situación. Y lo peor de todo es que tenía que volver a casa en taxi.

Solo de camino a casa, un pensamiento se abrió paso en mi mente: no había conseguido el trabajo. Y lo inexplicable de esta constatación me dejó aturdida y deprimida. No me quedaba otro remedio que salir esa noche con mis amigas para superar el disgusto.

Kendra.

Mi recomendación del día: Para abrir una lata son importantes dos cosas: no agitarla y no tener uñas largas o, en su defecto, postizas. El resultado puede ser catastrófico y si además unes los dos factores, será seguramente, un lamentable espectáculo. Para cuando consigas quitarte el pegote de la bebida de la cara, la uña en cuentión habrá desaparecido siendo imposible su recuperación. Y el ridículo que haces es insuperable, ni más ni menos. ¡Que abras bien esa lata!

miércoles, 23 de marzo de 2011

Futuro Prometedor

Hola a todos!

Ojalá yo hubiera tenido éxito en la vida. De pequeña soñaba con un futuro prometedor, el mejor trabajo del mundo, mil quinientos chicos muriéndose por mí y el doble de chicas odiándome envidiosas.

Pero el futuro llegó y no se le parece en nada a mis sueños. Nada que ver, nada en absoluto. No ocurrió como tenía previsto, como me habían prometido que sería. ¡Nada más lejos de la realidad! Según los patrones básicos establecidos, bastaba con que hubiera sido una palurda discriminada por la sociedad, fea y empollona (requisito cumplido) y que las chicas me detestaran y prefirieran comer bombillas a estar a menos de un metro de mi (sí, requisito cumplido) y que los chicos ni siquiera advirtieran mi presencia aunque les bailara una isa en las narices (requisito cumplido excepto lo de la isa, porque nunca he tenido claro si la isa es un baile o un cante). Así pues, el siguiente paso era dejar pasar los años asomada a la ventana con mi cara de mustia de los quince años y que poco a poco la imagen se oscureciera hasta ser una pantalla en negro y que un mensaje aunciara que habían pasado ocho o diez años. Entonces yo ya era una mujer delgada, guapa, con una melena larguísima y suave como la seda, unas cejas perfectamente depiladas y a la moda y una ropa moderna y con estilo. Y a mi alrededor, un millón de chicas comiendo bombillas para demostrarme cuánto están dispuestas a hacer por mi amistad y chicos que se quedan sin aliento cuando paso por su lado y no pueden quitarme la vista de encima.

¿Y te puedes creer que eso no fue lo que ocurrió en realidad? Para empezar, olvídate de la pantalla en negro y un anuncio de años pasados. Resulta que para tener éxito, debes vivir todos y cada uno de los años de tu vida sin poder saltárte ni un solo segundo de ellos. ¡Esto no es lo que habíamos pactado! En las instrucciones no dice nada sobre lo que ocurre durante esos años en negro, simplemente se obra el milagro y nadie cuestiona los medios. ¿Cómo se supone que iba yo a saber lo que tenía que hacer? Y para completar el lote, resulta que esas chicas que te odian, con los años han dejado de ignorarte y ahora solo pierden su tiempo contigo cuando tienen algún insulto que dedicarte o alguna broma que gastarte. Y de los chicos, no, no me hagas hablar de esa guerra. Horroroso, sencillamente.

En definitiva, que tener éxito no es fácil ni divertido. Y si no que se lo digan a esos chicos que siempre aspiraron a más y se ven atrapados en un bucle de gimnasios y coches nuevos. Que a pesar de que tripliquen su tamaño cada día y tengan siempre el último modelo de coche del mercado, nunca llegan a ser chicos de éxito. Más bien, poco a poco, prácticamente sin que se aprecie, se van convirtiéndo en personajes de ficción que nadie puede mirar a la cara sin estallar en carcajadas porque han perdido el cuello.
O las chicas que han pasado años de sacrificio y hambre y se han estirado tanto el cabello para alisarlo que parece que siempre están sorprendidas y todo para nada, porque lo único que han conseguido es que los chicos sean incapaces de decir de que color tienen esos ojos que pasan una media de cuarenta minutos maquillando cada día.

No es justo, el mundo está muy mal repartido. Debería haber un poco más de equilibrio, porque yo he seguido a rajatabla todos los pasos para ser guay y te puedo asegurar que no soy guay en absoluto. A veces me lo creo, pero entonces salgo a la calle y chicas guapísimas y delgadísimas con estómagos planos y comiendo barritas de cereales para demostrar que se cuidan, y con las manos llenas de bolsas de tiendas de moda, pasan por mi lado y me empujan con todo el cargamento que llevan, me tiran migas de su barrita en el escote y siguen caminando como si no hubiese pasado nada. O después está lo de gustarle solo a los feos. No puede haber nada peor que te profese admiración y postración un tío que te provoca arcadas. Y los guapos, esos chicos elegantes y atractivos que tienen el decoro de no creérselo y restregártelo continuamente por la cara, esos, son kimeras. Alucinaciones y fantasías inalcanzables que jamás se fijarán en mí.

Así pues, éste es mi futuro, esto es todo lo que puedo esperar de la vida. Una existencia condenada a la invisibilidad. Pero no pierdo la esperanza. Aún estoy a tiempo de encontrar la fuerza de voluntad necesaria para ponerme a dieta y lograr aborrecer el chocolate. Siempre he soñado con eso: que llegue un día en que el chocolate no sea apetecible e insoportablemente delicioso y me jacte de decir con altanería "No gracias, no como chocolate, lo encuentro repulsivo". Todo puede pasar. Mientras tanto, en vista de que esa pantalla en negro no es otra cosa que precisamente eso, la negrura más absoluta, la nada, el vacío. La conclusión a la que he llegado es a no creerme nunca jamás ni una sola de todas esas películas que no han conseguido sino minar mi autoestima y elevar a cotas insospechadas mis perspectivas más ambiciosas e infantiles y estúpidas en toda regla.

Kendra.

Mi recomendación del día: ¿Sabías que las probabilidades de encontrar unos vaqueros que te gusten es directamente proporcional al hecho de que no habrá tu talla y además te hará un culo del tamaño de una mesa camilla? Pues yo no. Espero que tú sí lo supieras y la próxima vez tengas en cuenta esta estadística. ¡Que tengas suerte!

lunes, 21 de marzo de 2011

Inexplicable Infancia

Hola a todos!


Siempre me ha gustado hacer una merendola en un parque y llevar de casa un mantelito de cuadros rojos y blancos y la comida en una cesta de mimbre con dos tapas que se abren individualmente. Supongo que tendré que comprar todo esto, porque en mi casa no abundan este tipo de objetos. Y de comida, pues muchas manzanas y una tarta de arándanos con una pinta estupenda. Y lo mejor de todo es que podré pasarme horas de picnic sin que ninguna mosca ose acercarse por ahí. Ni moscas, ni hormigas, ni abejas ni cualquier otro bicho que normalmente está ahí para que tú tengas que espantarlos a base de manotazos, pisotones y algún que otro movimiento de cabeza especialmente brusco.
Es como mi sueño frustrado de tener una casa en el árbol. ¿A que tú también querías una? No fuiste niño si no codiciaste una casa en el árbol con todo tu corazón.


Me recuerda a ese concepto de mi infancia, que inexplicablemente, me hacía mucha ilusión: La Meriendacena. Cada vez que mi madre me decía que ese día haríamos meriendacena me entusiasmaba de tal manera que mi alegría podía verse desde el espacio exterior. Si hubiese existido el google earth, se habría localizado facilmente ese halo de dicha que yo sentía. Y aún no se por qué. Te estás saltando una comida. No tiene sentido ninguno.
Algo de mi infancia que tampoco entenderé jamás era ese pánico desmesurado que se apoderaba de mí cuando se me quedaba el dedo/mano/cabeza atascado en cualquier objeto y no había forma humana de poder sacarlo. Esa sensación de que jamás volvería a recuperarlo o que tendría que andar siempre con el objeto en sí atascado en mi dedo, es difícil de olvidar. A mi personalmente se me han quedado atascadas muchas partes de mi cuerpo en los más diversos objetos. Lo que más, la cabeza.

Una vez, había ido con mis padres a visitar a unos amigos. Y, lógicamente, mi aburrimiento era tal, que a la hora de marcharnos estaba que me subía por las paredes. Ya en la puerta, en esas despedidas que se pueden alargar por días tranquilamente, no se me ocurrió otra cosa que ponerme a jugar en las escaleras del porche de la casa. Y jugando al step y al avión que se estrella cuando se cae del último escalón, me pregunté: ¿Y si meto la cabeza entre los dos barrotes de esta barandilla de balaustres? El peligro fue lo último que ví. Y como me pareció una idea estupenda y todos los adultos que estaban a mi alrededor pasaban olímpicamente de mí, procedí a introducir mi cabeza entre los barrotes blancos. La diversión duró apenas unos segundos, basicamente, porque aquello de divertido no tenía nada. Así que, intenté salir. ¡Pero me había quedado atascada! Los barrotes se cerraban sobre mis orejas cada vez más y ejercían una presión sobrehumana en mi cabeza, que pensé que estaba a punto de explotar. Vi mi vida pasar ante mis ojos y me sorprendió que los demás no estuvieran llamando a los bomberos para liberarme. Yo empujaba con todas mis fuerzas, pero solo conseguía atascarme más. Lo que más me preocupaba en ese momento era la bronca que me iban a echar mis padres cuando los bomberos tuvieran que echar abajo los balaustres de sus amigos. Y entonces pensé en lo peor de todo. ¿Cómo pensaban romper el yeso sin partirme la cabeza a mí también? Mi mente trabajaba a mil por hora mientras a mi alrededor todos era normal, nadie se percataba del peligro que estaba corriendo con mi cabeza incrustada y aplastada y proximamente resquebrajada. Y entonces, ví la luz. Milagrosamente me día cuenta que aquellos barrotes malditos tenían forma de barriga, es decir, se ensanchaban al llegar a la base. Lo cual quería decir que si subía ligeramente mi cabeza hasta la parte menos estrecha podría sacarla. Y así fue. Una vez que el peligro hubo pasado, reconozco que me avergoncé profundamente de mi estupidez.


Y la segunda vez que estuve a punto de morir por atascamiento, todo ocurrió en un escenario muy diferente. Para añadir más terror e intriga, te diré que estaba bajo el agua. Estaba yo de vacaciones con mi familia en un hotel y una mañana, pasando el día en la piscina, ocurrió el desastre. La piscina conectaba  con la charquita de los niños pequeños a traves de unas pequeñas columnas que quedaban debajo del agua. Y entonces vi que una chica, ágil como una gacela, pasó de una piscina a otra a través de ellas. ¡Yo también quería hacer eso! Y bendita inocencia que me mantenía por entonces a salvo de cualquier idea o concepto sobre la gordura o los michelines. Me zambullí en el agua y me dirigí a las columnas, feliz y dichosa. Y todo fue bien hasta que mi barriga se quedó atascada. Ahí volví a ver mi vida entera pasar ante mí, mientras yo, presa del pánico, intentaba remediar aquel gigantesco error retrociendo inmediatamente. Pero sí, lo has adivinado, me había quedado atascada de nuevo. Traté de hacer palanca con mis brazos, impulsándome hacia atrás, pero sin resultado. El oxígeno empezó a faltarme y mi desesperación aumentaba por segundos. ¿Cómo iba a salir de allí con vida? En esta ocasión, lo de los bomberos no me pareció tan terrible. Si conseguía racionar el poco aire que me quedaba hasta que llegaran, me daba por satisfecha. Y mientras yo seguía empujando, intentando librarme de una muerte inminente. Y entonces, con un sutil efecto ventosa que formó una burbuja del tamaño de mi cabeza, de repente salí. ¡Era libre! Cuando nadé a la superficie y respiré de nuevo, me sentí más viva que nunca. Sensación extrasensorial que se vino abajo cuando me percaté de que nadie había advertido mi ausencia. Y eso que debía llevar horas ahí abajo.


Luego están los dedos atascados en las tapas de boli, en las botellas y en los anillos. O las manos o pies atascados en las espalderas de un gimnasio o en las máquinas dispensadoras de bebidas. Y te puedo asegurar que la angustia que se siente es exactamente la misma en cualquier caso. Puedes creerme.

Kendra.


Mi recomendación del día: Si alguna vez te paran esos prepotentes de la policía o la guardia civil (nunca los he diferenciado) para hacerte un control de alcoholemia, lo mejor que puedes hacer es poner al mal tiempo buena cara y cuando él te diga "sople, por favor", tú cierras los ojos y pides un deseo. No cuentes con que si sale positivo se te cumplirá, porque está claro que la suerte no es lo tuyo. ¡Que lo soples bien!

domingo, 20 de marzo de 2011

De Profesión Comentarista

Hola a todos!

Hubo un tiempo en que toda aspiración en mi vida giraba en torno a una sola idea: ser comentarista de televisión. De esos que se sientan en unos sillones comodísimos y echan la tarde comentando las idas y venidas de todos los personajes de la prensa rosa. Más o menos lo que hago yo con mis amigas, pero cobrando. ¡Menudo chollo!
Mi vocación nació a fuerza de pasar las tardes viendo este tipo de programas con mi madre. La mitad de las opiniones no podía escucharlas porque mi madre lo daba todo y gritaba hasta quedarse sin voz tanto o más que los propios comentaristas. Esa cadena de televisión siempre le deberá un sueldo.

Cuando a ese famosillo de tres al cuarto se le ocurría criticar al nuevo novio de la ex novia del hermano de la mejor amiga de su primera novia atacándole con vacaciones en las islas griegas pagadas con exclusivas de su vida privada vendiendo cuestiones tan básicas como el nuevo horno que han puesto en su cocina minimalista totalmente equipada en acero inoxidable, ahí estaba mi madre dándole una lección de humildad: "¡Cállate anda, que bastante has vendido tú tu vida privada!" o "¡Mejor te diera vergüenza, que has vendido hasta a tu propia madre!". Y cosas así.

La verdad es que razón no le faltaba. Por eso día a día me convencía más de que aquella era una profesión de futuro. Esos famosillos necesitaban que alguien los pusiera en su lugar y para eso había nacido yo. Lo llevaba en la sangre, eso no hace falta ni decirlo. Así que todas las tardes me sentaba en el sillón junto a mi madre, con un bloc y un bolígrafo, e iba apuntando los principios básicos para ser un buen comentarista.

En primer lugar, tienes que tener unos buenos pulmones y unas cuerdas vocales a prueba de bomba. Porque si no puedes gritar por encima de los demás para imponer tu opinión, pues no te sirve de nada ser comentarista. Después, es imprescindible que hables el idioma del pueblo; es decir, que digas siempre lo que el público quiere escuchar. Ya sean insultos o alabanzas, lo mismo da. En tercer lugar, has de tener tus fuentes. Esto es importantísimo. Si no tienes como contrastar las exclusivas, nadie te va a creer. Claro que una fuente puede ser cualquiera, persona o cosa: portero de discoteca, barrendero, cámara de móvil y así un sinfín de fuentes. Además, todo buen comentarista que se precie, debe aparecer siempre en plató con un tocho de folios que se rigen por un tamaño estándar: ni muy gordo para que no te haga parecer un fantasma ni muy finito que de a entender que no tienes ni exclusivas ni noticias que dar. También es primordial la buena memoria, para poder echar en cara al famoso todos y cada uno de los errores cometidos desde el día de su nacimiento hasta el actual; sin este tipo de información tu credibilidad puede ponerse en duda. Por último, has de tener un teléfono móvil y lo ideal sería que durante el programa en cuestión recibieras una media de tres llamadas y seis o siete mensajes de texto confirmando o desmintiendo exclusivas. Y dar por sentado que si el famoso no contesta el teléfono, la exclusiva se puede dar por cierta inmediatamente.

Esto es, resumidamente, cuanto necesitas para salir en la tele y cobrar un pastón. Requisitos como carreras universitarias o nociones básicas sobre periodismo están sobrevaloradas; realmente, no tienen cabida alguna en esta profesión. Son, básicamente, un cero a la izquierda. Sin contar que tu posición de criticón te salvaguarda de verte en el punto de mira. "No estamos hablando de mí. Yo no estoy sentada en un plató de televisión cobrando por contar mi vida". Si te aprendes esta frase y la sabes utilizar correctamente, todos los caminos se abrirán para ti.

Yo creo que casi cumplo con todos los requisitos. Solo me falta saltar a la fama, pero como para eso vale cualquier pretexto, es el punto que menos me preocupa. Hay miles de concursos a los que ir para darme a conocer y otros millones más de famosos con los que tener un affaire o, como mínimo, que parezca que lo he tenido. Basta con ir a cualquier evento y sacarme un par de fotos con un famoso cualquiera (todos valen sin ningún tipo de excepción) y luego venderlas. Y ya está, tu fama está garantizada. Luego solo es cuestión de hacerme cada vez más conocida y ya contar con el contrato sobre la mesa. Todo el proceso puede durar algunos meses, pero vale la pena.

En cualquier caso, creo que he nacido para esto. Es una profesión hecha a mi medida y cuento con la ventaja de tener el beneplácito de mi madre. Nada nos hace sentir mejor, que saber que nuestros progenitores están orgullosos de nosotros. Y ya con el tiempo, incluso puedo conseguirle algún trabajo a mi madre también, estarían encantados de contar con una comentarista como ella. Lo tiene todo: sabe gritar, es polémica y le caen mal todos los famosos. Y yo, por suerte, lo he heredado todo.

Kendra.

Mi recomendación del día: No te encojas de hombros cuando llueva, no sirve de nada. Te vas a mojar igual. Es un acto reflejo, pero la próxima vez, evítalo y mejor cómprate un paraguas. Hace mucho más efecto, siempre y cuando no se te vire del revés y hagas un ridículo espantoso. ¡No te mojes!

jueves, 17 de marzo de 2011

Desastres

Hola a todos!

Estoy deseando llegar al cielo para conocer a unas cuantas personas. Pero sobre todo, a ese tal Murphy. ¿Alguien sabe quién es exactamente? Porque a mí al menos no me ha pasado desapercibido el hecho de que sea el tipo más odiado del universo y, a la vez, el más anónimo. ¿Que era un ingeniero de desarrollo que jugaba con cohetes? Pues a mí con eso no me dices nada. Que de la cara, que se la queremos ver todos.
Nos ha hecho la vida imposible y gracias a él, ahora un martes trece se pueda dar cualquier día de la semana y cualquier día del mes. Un genio, vamos.

A ver que culpa tengo yo de los problemas psicológicos de ese señor. El mayor castigo que puedo recibir es pasarme cuatro días esperando ESA llamada, para recibirla justo cuando solo me queda una rayita de batería y, no hace sino sonar, (en lo que a Lady Gaga le da tiempo de decir "Gaga oh la la") y escuchas ese agradable pi pi pi, que en lenguaje coloquial quiere decir "te aguantas por no ponerme a cargar antes". Si lo hubiese sabido, en lugar de pasarme cuatro días llevándome el móvil al baño y metiéndolo dentro de una funda plástica para poder bañarme con él, habría empleado ese tiempo en tenerlo enchufado y mantener la batería en plena forma. Pero claro, gracias a ese señor, la llamada pasó de ser esperada a ser no deseada.


Ahí no acaba todo, porque seguramente, en el otro hemisferio, una chica ha tenido un día redondo y perfecto. Ese día, precisamente el día de esa cita tan importante (ya te puedes imaginar con quién), no adivinas quién se despierta conmigo. ¡Sí! ¡El grano! "Buenos días señor grano, me alegro de verle. Ahora estoy ocupada, ¿podría pasarse la semana que viene?" Porque no esperes que sea tan diminuto que el ojo humano no pueda apreciarlo, no, de eso nada. Será tan grande como Brasil y podrás verlo incluso de perfil. Tan grande que una camara con detector de caras lo reconocería.

Y aún así, cuando me esté bañando y comenzar mi proceso acicalamiento para mi cita, se acabará el agua caliente en el preciso instante en que me acabo de enjabonar el pelo. ¡Qué desgracia! Si al menos me hubiese pasado cuando tenía la mascarilla, por una vez habría cumplido los tres minutos interminables de rigor que debo llevarlo puesto para que haga su efecto alisador y repare mis puntas y fortalezca mis raíces correctamente. Pero no. El agua se acabó justo cuando tenía jabón y no me queda otra que buscar a tientas una toalla, tirando de paso botes de champú y desodorantes y perfumes varios, para poder quitarme la espuma que tengo en los ojos y que me escuece tanto que probablemente mis retinas se han derretido como una bola de helado abandonada sobre el asfalto. Y después, sesión intensiva de frota que te frota hasta que te salga sangre para amortizar el tiempo hasta que vuelve a haber agua caliente.


¿Y luego? Fácil y sencillo. Con la vaga esperanza de contrarrestar el efecto atrayente que todo grano posee, decido ir a la peluquería. Porque soy tan ilusa que creo que si consigo desviar la atención lo suficiente de mi frente/cachete/barbilla con un peinado moderno y orginal, el forúnculo puede pasar desapercibido. Y después de pagar más de la mitad de mi sueldo a una peluquera con poco gusto y un concepto de la modernidad basado en los años setenta, salgo de ese infierno, orgullosa al menos de mis mechas recién hechas y de mi pelo liso y sedoso. ¿Y quién me espera fuera? Por supuesto: Noé con su arca y todos los animalillos haciéndome señas para que me suba con ellos si no quiero ser arrastrada por el diluvio que está cayendo. Y adiós a la sedosidad de mi cabello y al aspecto brillante de mis mechas. En un segundo, el trabajo de un mes se disuelve bajo las alcantarillas.


Sin perder la esperanza aún, más por orgullo que por amor propio, decido no cancelar la cita. Al fin y al cabo he llenado mi cupo de desgracias por ese día. Y ahí están los dioses humoristas con la última palabra. Cortesía del señor Murphy, tengo la suerte de encontrar uno trás otro, todos los semáforos en rojo. Que sumado a lo que he tardado en arreglarme el peinado yo misma para dejármelo hecho unos zorros y untarme capas y capas de maquillaje a mí y a mi nuevo amigo, el resultado es que llego, sí, dos horas después de la hora acordada.


Y para cuando ya estoy allí, en mi cita importante, he pillado tal catarro que mi nariz está roja y congestionada y las velas se disputan su caída más veloz para rebosarse por toda mi cara. Contenta de estar ahí al fin, saludo como buenamente puedo con un nasal: "Nola, ¿cobo estás?"

Kendra.


Mi recomendación del día: No te dejes llevar nunca por las apariencias. Deja que tu insitinto se encargue de todo. Si una vocecilla te dice que ese tipo vestido a la moda, elegante y moderno, es un imbécil profesional, hazle caso. No fallarás. Y si esa vocecilla te dice que esa chica tan mona y delgada es tan tonta que no sabría ni darte la hora, de nuevo, créele. Hay cosas que, simplemente, saltan a la vista. ¡Que aciertes mucho!
   

miércoles, 16 de marzo de 2011

Todos en Fila

Hola a todos!

¡Por fin se acabaron los carnavales! No me malinterpretes por favor, pero si tengo que volver a hacer cola para hacer pis, el año que viene me voy a tener que disfrazar de enferma de riñón o algo así. Reconozco que son mis fiestas favoritas de todo el año, pero si se oragnizaran un poco mejor serían perfectas. Y lo peor de todo es que no se soluciona nada con el fin de los carnavales, porque el próximo fin de semana volveré a salir y me encontraré de nuevo esas odiosas colas en cualquier discoteca. ¿Por qué?  Las mujeres estamos condenadas a hacer colas interminables mientras que del baño de chicos entran y salen continuamente. Una de dos: o hay muy pocos tíos (lo cual es muy probable) o ellos tienen una vejiga del tamaño de Rusia. Y claro, nosotras, con nuestras vejigas diminutas tenemos que aguantar de pie sonriéndonos unas a otras con compasión. Eso sí, sales de allí con un millón de amigas nuevas. La misma que diez minutos antes empujaste descaradamente cuando pasaste a su lado y ni siquiera le pediste perdón, más tarde se convierte en tu mejor amiga y puede que incluso compartas tu maquillaje con ella. En otras palabras: hacerse pis, hace amigas.

Yo siento una especial aversión a las colas en la carretera, la caravana común y corriente. ¡Qué cosas tan horribles estás obligado a ver! Como si no fuera suficiente castigo poner el broche final de tus vacaciones pasando tres horas enfrascado en medio de un atasco, con un calor sofocante y el recuerdo de esos bellos días bajo el sol evaporándose entre el humo de los coches. Encima, tienes que soportar todo tipo de espectáculos. Como ese señor al que llevas veinte minutos viéndole el careto y que en un momento dado, sin previo aviso, comienza a escarbarse la nariz en busca del moco perdido. Y al parecer, no se lo está poniendo fácil, porque ese señor busca y busca como si no hubiera un mañana. A veces bajaría la ventanilla y les gritaría: "¿Necesita ayuda, señor? Creo que tengo un pico y una pala en el portabultos; cuatro manos hacen más que dos".

Por no hablar de ese cangrejo humano, que conduce rígido y con la espalda ligeramente separada del asiento y tiene una línea blanca en la frente de dos dedos de grosor con la que nos está indicando que ha sido el orgulloso propietario de una antiestética gorra de propaganda. Ése que, aunque nadie lo diría está manteniendo una animada conversación o incluso una discusión sin que sus rasgos faciales se alteren lo más mínimo, cortesía de un finísimo bronceado que le ha otorgado una delgada capa de acartonamiento y ese aspecto de piel de lagarto que parece que si lo tocas, estallará como una pompita de jabón.

El mejor de todos es ése que después de dos horas y media de caravana, se le ha aparecido toda la corte celestial en el asiento trasero de su coche y le ha confiado el secreto del universo que hará que los coches se dispersen como en el milagro de la separación de las aguas. Y allí él, cual Moisés, alza su vara a las orillas del Mar Rojo y con la tranquilidad y la seguridad del que tiene la certeza absoluta de la verdad en sus manos... toca la pita. ¡Claro que sí! A nadie se le había ocurrido antes que a tí, si lo hubiésemos sabido antes, podríamos haber salido de este embotellamiento hace días. Gracias.

Pero yo, que soy una humilde conductora, me limito a subir el volumen de mi radio y me dejo llevar por los acordes de mi canción preferida, cantando hasta rozar los límites del grito desquiciado. Y me miran sí, pero los agujeros de mi nariz no superan las medidas estándar aprobadas por la sociedad; y me miran sí, pero mi bronceado tiene el color que tienen que tener todos los bronceados: marrón. O algo que se le parezca, pero en líneas generales, siempre dentro de esa tonalidad. Nada de rojos ni naranjas, no. Marrón dorado. Y me miran sí, pero sé que es mi destino pasar las siguientes tres horas de mi vida en el coche atascada en una caravana de miles de kilómetros y sé además, que nada de lo que haga o diga va a cambiar esta situación.

Pero el colmo de las colas es la de esperar para pagar. ¡Habráse visto! Debería haber colas de dependientas esperando para ser las afortunadas elegidas para cobrarme y no al revés. O para ir al médico. Pero qué tontería. Si voy al médico es porque estoy enferma y en casa no voy a curarme por arte de magia. Si quisiera pasar la tarde rodeada de gritos y señoras mayores que hablan como cotorras y cotillean como marujas de patio, me quedaría en casa viendo Sálvame.

Pero ya se sabe: la vida es de los valientes que se ponen en cola y tienen el valor de aguantar hasta el final. Y yo solo soy valiente si tengo mi música para evadirme y dejar de ver cosas horribles y abominables. Ya maduraré.

Kendra.

Mi recomendación del día: Si estás interesado en aprender idiomas, te recomiendo el francés o el italiano. Basta con que hables español y pronuncies las erres francesas y estés muy serio todo el día y utilices expresiones como "Oh, la, la" o "Et voilà" en el caso del francés o que hables español acabando todas las palabras en "i" y que utilices todos los nombres de pasta que te sepas, como "macarroni" o "caneloni". ¡Oh, la, la, tortelini!

martes, 15 de marzo de 2011

Ridiculeces

Hola a todos!

¿Alguna vez has intentado mirarte a los ojos? Pues yo sí. Es una de esas ideas descabelladas que me pasan por la mente de vez en cuando, en esas raras ocasiones en que mis dioses prefieren ridiculizarme sin tener que intervenir ellos mismos. Pero es que no se puede, es físicamente imposible. ¿Por qué los ojos ven pero no pueden mirarse? Qué profundo. Puedo pasarme horas delante del espejo sin que ocurra nada, absolutamente nada, excepto quedarme bizca.
Claro que siempre procuro dedicarme a estas tareas insostenibles cuando estoy sola y nadie puede apreciar la magnitud de mi estúpidez en todo su esplendor; aún conservo un poco de sentido común y del ridículo. Supongo que debido a la educación tradicional que he recibido y las sentencias de mi madre: "Cuidadito con lo que haces... - pausa de efecto, dramatismo concetrado, dedo índice preparado para señalar - ... porque siempre me entero". ¿Cómo lo hace? Me preguntaba yo, ilusa. Solo de grande comprendí que no lo sabía, que nunca llegaba a averiguarlo; simplemente me conocía y sabía que si no me lo advertía acabaría montando un destrozo allá donde me encontrara. Por algo mi tío siempre que entro a una habitación me grita: "¡Ay, tractor! Ahí va el tractor".

Seguro que es otro de mis poderes mágicos. Una capacidad extrasensorial para atraer y repeler los objetos que se encuentran a mi alrededor o peligrosamente cercanos. Resulta que si yo camino entre dos objetos cualesquiera (figurita de porcelana o televisor, lo mismo da) a una distancia de un kilómetro de ellos, gracias a mis poderes podré hacer, casi con absoluta seguridad, que el objeto en sí se tambalee durante unos segundos y luego se estrelle contra el suelo, rompiéndose, claro. Y del mismo modo, por obra y gracia del universo, puedo lograr que un lápiz/vaso/plato/bebé se me caiga de las manos inexplicablemente. Como si me escociera la piel el mero contacto. Puedo asegurar que es algo francamente desconcertante.


Pero hoy, antes de que pudiera darme cuenta, ahí estaba yo, tratando de mirarme a los ojos. Y no recomiendo que lo hagan en casa. Es simplemente, imposible. Como esas chorradas de lamerte el codo o mirar al techo sin abrir la boca. El otro día, sin ir más lejos, me tentaron a tocarme la última muela con la lengua. Decían que no era posible, pero aún así, yo lo logré. Claro que durante los quince minutos posteriores sufrí un horrible calambre que me dejo la lengua dolorida para el resto del día.
Pero todo sea por desmontar toda esa serie de estupideces que somos capaces de hacer cuando nos retan. Hoy me tocó a mí, pero ándate con ojo porque mañana te puede tocar a tí también. Desafortunadamente, nadie queda fuera del protector abrigo de la imbecilidad humana. Como esa manía que tenemos de abrir la nevera ochocientas diecinueve mil veces. Somos así por naturaleza. Al menos yo.

A mi, por ejemplo, me hacen mucha gracia esos señores que se levantan de un brinco cuando les suena el teléfono móvil y se ponen a hablar a gritos para que todo el mundo sepa lo importantes que son. ¿A tí también te ha tocado uno de esos en el avión? Madre mía, qué chulería. Deberían de cobrarle billete también. Una vez, cuando iba a Lanzarote de vacaciones para ver a unos amigos, hubo un retraso en la salida del vuelo porque habían unos cuantos militares haciendo prácticas en el espacio aéreo donde debería estar volando mi avión. En cuanto nos avisaron desde cabina de lo que estaba ocurriendo, se produjo un tumulto cuando todos los pasajeros sacamos los móviles que ya habíamos apagado obedientemente, para volverlos a encender. Todo el mundo mantenía conversaciones parecidas avisando del retraso. Todos menos yo. Yo no mantuve ninguna conversación porque como no tenía saldo "sufuciente para realizar una llamada de más de un minuto", tuve que ponerme a enviar frenéticamente un mensaje a mi cuñada para que lo publicara en mi muro y se enterara todo el mundo de una vez.


Pues resulta que el señor enchaquetado de la fila de al lado llamó a su mujer y a voz en grito le contó lo sucedido, comentándole que "los payasos de los militares estaban jugando a la guerra". Lo cual provocó unas risitas a lo largo de todo el pasaje. Y se despidió con unos cuantos disimulados "si, yo también. Si, cariño. Si, yo también te quiero". Más risitas. Y no contento con ello, visto el éxito que estaba teniendo como humorista, aunque ya se había despedido, se lanzó de nuevo contra los militares y el gasto público y que a él nadie le pagaba esa pérdida de tiempo. Cuando quedó satisfecho con su mitin particular y tras asegurarse de que había captado toda nuestra atención, volvió a despedirse de "cariño" y me miró con su cara de imbécil y soltó una risita petulante poniéndo los ojos en blanco. Me planteé seriamente durante unos segundos si responderle eduacadamente o no. Así que le miré fijamente unos minutos más y como si no le hubiera visto, me volví hacia la ventanilla y lo ignoré por completo. A estos tipos hay que tratarlos como si no existieran no vaya a ser que se piensen que a alguien le interesa su pomposa y ridícula vida.

Kendra.

Mi recomendación del día: Según la sabiduría popular, una persona (humana, entiendo yo) debe beber entre un litro y medio y dos litros de agua al día. Está bien, pero entonces, ¿por qué no incluyen la vejiga de hierro en acero inoxidable con las botellas de agua? Yo al menos, si me bebo más de dos vasos en media hora, pasó la siguiente media realizando cómodos paseos hasta el baño dando brinquitos sin poder separar las piernas y temiendo que dentro de mí tenga lugar una desagradable implosión acuosa. ¡A beber bien!